Me lo comentó un amigo el otro día, después del cursillo de verano, cuando le dije que íbamos a estar almorzando en el hotel que está justo enfrente de su casa, y que si quería venirse a charlar con los invitados.
Él me contestó que lo agradecía, pero que no era nadie para compartir mesa, mantel y charla con semejantes autores.
Me quedé un poco fuera de pie, lo reconozco. Porque él, mi amigo JM, es quizás la persona que más tebeos tiene de todas las personas que tienen tebeos que conozco. Miles de tebeos (ya les contaré en otro momento las cábalas que hicimos en una pausa del cursillo sobre el futuro de nuestras respectivas colecciones), hasta el punto de haber tenido que comprar un altillo sobre su piso actual para ir colocándolos.
Luego comprendí que tenía razón. En parte, al menos. Es verdad, no es nadie en el mundillo del tebeo. Es un lector de a pie. Un lector compulsivo, diría yo. Un coleccionista apasionado que come de todo.
Pero no quiere ser dibujante, no quiere ser guionista, no tiene ninguna necesidad de justificar su afición. Le gustan los tebeos, ama los tebeos, y punto. Y se conforma con leer los tebeos, no es un fetichista del álbum firmado, del dibujito en las guardas, del boceto apresurado para colgar en redes sociales y/o venderlo luego en subastas por e-bay.
Mi amigo JM es la unidad mínima comunicativa del mundo del cómic: el lector. Un lector que no tiene necesidad de ser ni más ni menos que eso: el lector.
O sea, lo que nos hace falta como el comer en un mundillo donde parece que todos los que estamos aquí lo hacemos como plataforma profesional algún remoto día futuro.
No, no eres nadie, JM. Lo eres todo.
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