Decía Carlos Giménez, en una de sus frases brillantes, que el tebeo era el cine de los pobres. Durante la primera mitad de los años ochenta, buena parte de los títulos de ciencia ficción que llegaron a nuestros kioscos (recién empezaban las librerías especializadas) fueron la adaptación a la historieta de algunas películas de éxito: el cómic se convirtió, brevemente, en el video de los pobres. Pero pronto se las apañaría el video para ocupar su sitio. Hoy apenas se adaptan películas a la historieta, como no se adaptan novelas, y vivimos un curioso trasvase a la inversa.
De aquellas películas que se quisieron bombazos de taquilla y no lo fueron tanto cabría destacar, claro, la pobre adaptación que hizo Marvel de La Guerra de las galaxias, un poco antes del estreno de la película, y su continuación en una serie de comic-books mensuales donde tuvieron que vérselas y deseárselas con contar historias de un universo que todavía prácticamente era inexistente, y donde las contradicciones con lo que se vería luego en las pantallas son abundantes. Más suerte tuvo la adaptación de El Imperio Contraataca por parte de Al Williamson y Carlos Garzón, aunque fuera algo fría y sin la pasión de la anterior, siquiera porque la base fotográfica era abundante y la estética del tebeo se aprovechó de ello. Más poquita cosa fue ya la adaptación de El retorno del Jedi, igual que las tres adaptaciones de las películas de Indiana Jones, que también degeneró en comic-book mensual sobre el que es mejor correr un tupido velo.
Con su misma estética preciosista y basada siempre en la fotografía, Williamson adaptaría a la historieta la mediocre película del que fuera su personaje favorito, Flash Gordon, poniendo bastante más de su parte que en su primera toma de contacto con el universo de Lucas, aunque no pueda decirse que la película fuera fiel a los tebeos originales de Alex Raymond.
Jim Steranko superó a la más que corrientita Atmósfera Cero con su espectacular puesta en escena para el cómic. Un más que contenido Bill Sienkiewicz adaptaba Dune, la extraña versión que David Lynch hizo de la novela de Frank Herbert. Y a pesar de la herejía que supuso para la continuidad de los cómics de Conan la versión cinematográfica del bárbaro cimerio, el mismísimo John Buscema no tuvo empacho en adaptar a dos comic books el filme. Fuera de Marvel, Luis Bermejo se atrevió con una versión de El señor de los anillos de Ralph Basky.
Pero la gran ciencia ficción del cómic de la época no estaba en las adaptaciones de las películas, sino en la forma de recrear en historieta la estética de las películas. El gusto de Dave Cockrum por la ciencia ficción llevó a la Patrulla-X a usar elementos de Star Trek y Star Wars en el imperio Shi’ar, incluida una versión galáctica de su querida Legión de Superhéroes en la Guardia Imperial Shi’ar. Lo galáctico se atemperaría un poco con la llegada de John Byrne a los lápices, si bien un primer guiño a Alien (en la aventura navideña de Kitty Pryde), explotaría ya sin maquillajes con la llegada de Paul Smith y la presentación de El Nido, tan lleno de matices cinematográficos que el propio Jim Cameron lo utilizó para su reina madre en la continuación de las aventuras de Ripley.
El otro gran título cienciaficcionero por excelencia del universo Marvel, Fantastic Four, retomaría con John Byrne como controlador absoluto las esencias espaciales del cuarteto, recuperando a Galactus y dotándolo de un nuevo heraldo, Nova, tras la derrota del previo, Terrax. Byrne exploró mundos en la zona negativa (incluso jugando con la horizontalidad del tebeo en un número dado), hizo piruetas temporales, jugó con sus referentes televisivos de la infancia (El Prisionero, Los Invasores) y se marcó uno de los títulos punteros de la década. O de todos los tiempos, que viene a ser lo mismo.
Fue por entonces cuando, de la mano de Archie Goodwin, y con el beneplácito de Jim Shooter, Marvel exploró la revista Epic Illustrated, es decir, la versión inteligente de Mètal Hurlant, donde presentó innumerables ejemplos de historias de ciencia ficción y fantasía, entre las que destacan Metamorphosis Odyssey y Mara the She-Wolf. Una línea de comic-books de mejor papel y mayor precio, sin publicidad, abrió durante unos años el mercado a títulos que no eran superhéroes, y entre los que Dreadstar, Alien Legion o The Bozz Chronicles siguen siendo los más interesantes.
Un nuevo concepto (para América) llenó nuestras estanterías de tebeos con lomo: la novela gráfica que para nosotros no eran más que álbumes. Títulos como The Futurians, Star Slammers, Swords of the Swashbucklers jugaron brevemente con la estética de la space opera, mientras que Elric de Melniboné exploraba por sus particulares caminos la fantasía heroica.
La distinguida competencia no se quedó a la zaga tras vampirizar su universo y partir de nuevo de cero, en una jugada comercial no carente de riesgos donde se perdió buena parte del encanto naif de sus personajes. El concepto de la serie limitada exploró, con Camelot 3000, la mezcla de la fantasía artúrica con la ciencia ficción, mientras que la llegada a la editorial de un semi-desconocido guionista inglés permitiría rescatar un personaje terrorífico que languidecía, La Cosa del Pantano, y llevar luego a la historieta a uno de sus momentos más importantes con la creación de la distópica Watchmen, todo ello simultaneado con el rescate y conclusión de su revolucionaria V de Vendetta y, para Eclipse Comics, de su Miracleman, el nombre cambiado de Marvelman por la injustificada reacción de la empresa editora de Spider-Man.
Fueron una verdadera edad de oro, los años ochenta. Nada nos hacía pensar que los últimos años de la década iniciarían la decadencia no sólo del superhombre en el mercado, sino del mercado y el medio mismos.
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Categorías: Ciencia ficcion y fantasia