La adolescencia es esa época en que uno busca desesperadamente ser distinto y al mismo tiempo va como loco buscando un grupo al que integrarse. Yo había encontrado mi núcleo de amigos poetas, mi grupito (más reducido) de lectores de tebeos que querían ser también algo más que lectores de tebeos, y un buen día encontré por fin a otro grupo de lectores que compartía mi misma afición por la ciencia ficción y lo fantástico.

Nos enteramos de que alguien daba una conferencia sobre ciencia ficción en la facultad de filosofía y letras , y allá que fuimos unos cuantos, con idea de poner verde y sacarle los colores a quien osara hablar de un tema que, hasta entonces, había sido privativo de nuestro gusto. Pero el orador, aunque de palabra algo difícil, sí sabía de lo que hablaba. Y en aquel momento de encuentro me parece que se alegró tanto o más que nosotros de encontrar a alguien que compartiera afición. En realidad, de no haber sido por nuestra presencia en el aula, habría sido una voz que clamaba en el desierto.

Nos encontramos, de pronto, unos ocho o nueve seguidores de la ciencia ficción. Todos más o menos de la misma edad, todos con más o menos los mismos referentes. Nos citamos con Angel Torres, que de buenas a primera se convirtió, casi sin quererlo, en Obi-Wan Kenobi de un puñado de tardoadolescentes.

Y nos entró a todos, de pronto, la vena del asociacionismo. Nos reunimos en la Casa de la Juventud, nos pasamos horas y días discutiendo qué nombre ponernos, y al final se decidió por llamarnos "Parsec". Luego nos tiramos un verano entero discutiendo estatutos, límites a los mandatos, elecciones internas: ocho chavales y un señor maduro, como si estuviéramos manejando el futuro del mundo.

Se nos pasó aquella fiebre majadera, menos mal, y decidimos escribir una novela entre todos. Escribimos tres o cuatro, si mal no recuerdo. Cada uno hacía un capítulo, se lo pasaba al siguiente, luego al otro. Un caos. Todo sin pies ni cabeza. Enormemente divertido, eso sí. Cuando leíamos lo escrito en voz alta, las carcajadas se escuchan en la China. Lo malo era, claro, cuando la historia había sido escrita completamente en serio. Escribimos una de ciencia ficción que acabó como el rosario de la aurora (mi hermano tuvo la visión de desmontar todo el tinglado con un final propio de El Jueves). Una con ribetes de fantasía heroica que empecé yo y que no siguió mal (la encontré hace poco y la doné a alguien que no era alérgico al papel viejo), pero que tenía dos vueltas (es decir, pasaba dos veces por cada uno de nosotros) y mostró que cada cual tiraba por donde tiraba (obvio decir que no éramos todos escritores de verdad), y que contar batallas en off (la novela estaba escrita en primera persona) obligaba a que cada escritor inventara un sistema de televisión para ver qué pasaba al otro lado del planeta. Si mal no recuerdo, incluso nos dio por hacer una novela de ciencia ficción erótica (aquí, me temo, cada cual dio rienda suelta a la libido contenida), y hasta una del oeste.

La cordura imperó, porque aquello no iba a ninguna parte, y se decidió que, mejor que novelas, escribiéramos relatos. Se proponía un tema, y de cada tema cada uno de nosotros presentaba su historia. Esto ya salió mejor, o al menos a mí me salió mejor. Me tomé en serio cada tema propuesto, y de cada tema propuesto me propuse encontrar una forma distinta. Así, de los viajes en el tiempo escribí Mein Führer, del terror escribí De entre la niebla y Un ligero sabor a sangre, de clones escribí La luna pálida, de la tercera guerra mundial que entonces era tema recurrente escribí Un payaso arrepentido.

O sea, todos los relatos de mi primera producción, los que después envié a Nueva Dimensión, a Kandama o a Máser, y que sirvieron de aprendizaje y búsqueda de una voz propia... un voz propia para cada uno de los cuentos.

Parsec languideció en apenas un par de años, pero fue un paso más en el proceso de llegar a ser escritor. Todavía conservo una buena amistad con alguno de los miembros, y las cenas opíparas que celebrábamos una vez al año, y el tapeo tras cada encuentro son todavía comentados con agrado. Yo no sabía que con aquellos cuentos me estaba forjando un estilo, o muchos estilos, a la espera algún día de escribir La leyenda del Navegante o La ciudad enmascarada, las dos novelas que seguía teniendo en la recámara.

Empezaba 1981 y yo no sospechaba siquiera que Lágrimas de luz iba a salirme al paso y a no soltarme.

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Comentarios

1
De: LA VERSIÓN DE ANGEL TORRES Fecha: 2011-06-10 16:41

http://www.bibliopolis.org/memoria/memo0020.htm



2
De: Sospechosos habituales Fecha: 2011-06-10 16:42



3
De: Sospechosos habituales Fecha: 2011-06-10 16:46

Arriba: Angel Torres, Angel Olivera, Vicente Sosa, Paco Gallardo, Luis Miguel Marín.

Abajo (con los ojos cerrados): RM, Rodrigo Romero, Pepe, Juanito Mateos.

En el centro, ND 129, así que imagino que estábamos celebrando la publicación de mi primera novela corta o tal que así.



4
De: guevillos Fecha: 2011-06-10 18:19

Rafa no te ofendas, pero te faltaba el bigote unicamente para ser Earl



5
De: RM Fecha: 2011-06-10 19:45

Admitamos que no estoy especialmente favorecido en esa foto. Pero solo en esa foto.



6
De: bladerunner Fecha: 2011-06-10 20:28

Buena cuadrilla, por Crom! La de los setenta quizas la esteticamente peor imagen masculina de la historia.



7
De: RM Fecha: 2011-06-10 20:36

Eso es ya en 1980, y debe ser por noviembre o así.

Pero, como dice Carlos,las décadas empiezan en los años cinco...



8
De: Rafael García Fecha: 2011-06-11 00:44

La estética masculina de los 80 empezo en el 84, cuando apareció en pantalla el detective Crockett.
Tengo en mi casa "Scarface" que es del 83 y la primera temporada de "Miami Vice" estrenada solo un año más tarde, y a pesar de la temática y ambientación similares, cuando comparas vestuario de los actores parece haber una década entre una y otra.
Volviendo al tema en si de la entrada, me parece sorprendente que en el Cádiz de esa época surgiera una iniciativa así. Fijo que no lo tuvisteis fácil, y que tampoco tuvisteis mucho apoyo institucional.