Érase una vez una compañía de cómics que estaba en la quiebra, y para salir del atolladero tuvo que hipotecar sus personajes y de esos personajes se hicieron películas para el cine. La cosa salió bien, las películas arrasaron en taquilla (todas-todas fueron alabadas como la mejor película de superhéroes de la historia), y la cosa fue creciendo tanto que los jefes de la compañía de cómics certificaron que las películas dan mucho más dinero que los tebeos, y que si ellos mismos pudieran producirlas en vez de vender y/o hipotecar sus personajes al mejor postor, le saldría la jugada perfecta.
Es lo que Marvel ha venido haciendo en sus últimas producciones (y no olvidemos que Marvel ya es de Disney): rescatar sus personajes o producirlos directamente, porque han descubierto que la gallina de los huevos de oro de esto de los superhéroes es no la continuidad, sino la compañía. O los huevos de pascua, no sé si me explico. Un superhéroe solo es un coñazo. Un puñado de ellos, aunque salgan haciendo un cameo de pocos segundos dan sensación de universo. Y si esos personajes se repiten de película en película, miel sobre hojuelas.
Las películas de los X-Men jugaron a esa baza: a reconocer entre el tropel de mutantes a los mutantes del tropel de tebeos. Pero las pelis de X-Men se toparon, de pronto, con varios problemas añadidos: el caché de sus estrellas, la edad de los personajes más maduros, unos verdaderos ancianos, y que alguno de ellos se subía a la parra económica y reclamaba pelis propias o más tiempo en pantalla, con lo que eso molesta a la hora de hacer unos guiones congruentes. Está también el tema de los presupuestos: los cómics cuando empiezan a dar tortas no paran, pero en las pelis todos tienen que detenerse, hablar, pisar el suelo y soltar la frase. Es el gran handicap que le veo yo, de momento, al tema de moda en el cine.
X-Men: First Class hace borrón y cuenta nueva, pero lo hace poquito. No entra en la continuidad exacta de las películas anteriores (pero los detalles son tan leves que a menos que repitan ustedes los visionados de los dividíes dos veces por semana ni lo notarán), ni mucho menos en la envenenada continuidad de los tebeos. No tiene un gran presupuesto, ni un gran guión, ni unos efectos especiales para quitarse el sombrero (aunque son de John Dryskta, oigan), pero es la mejor de las películas de mutantes que se han rodado hasta la fecha.
Y lo es porque, siendo absolutamente infiel a los tebeos de la Patrulla X original y al título homónimo, es absolutamente respetuosa con los personajes principales. Juega a la historia conocida: la de los tebeos y la de nuestra realidad, y es capaz de hacer un guiño histórico al año mismo en que empezaron a publicarse los tebeos y al punto culminante de la historia contemporánea de ese momento, la crisis de los misiles cubanos que estuvo a punto de mandarnos a todos a hacer gárgaras.
Es una película pop que recrea un tiempo pop, y por eso la alusión al bondismo no solo es evidente, sino necesaria. Ya Los increíbles había jugado a lo mismo, y ahora los mutantes inciden en los malos muy malos, los submarinos secretos (mal acostumbrado por la política de la casa, casi esperé ver al Capitán América en su bloque de hielo cuando el submarino de Shaw rompe la superficie), las chicas sexys y los inventos tremebundos propios de las películas y los tebeos de los años sesenta.
Salen un buen puñado de mutantes, algunos históricos, otros que forman ya parte de la mitología establecida y un par de ellos que quizá estén metidos con calzador, de recientes que son, pero el conjunto no desentona y sienta las bases para el futuro de la franquicia, que no tendrá que quedar constreñida a lo ya contado en las otras tres (o cuatro, si incluimos la de Lobezno) películas ya conocidas. Los muchos guionistas y el director conocen la historia de estos tebeos, y la respetan recreándola a su gusto y manera: ahí tenemos la mención al hijo del coronel Stryker, el cameo de Tormenta en el primer escáner de Cerebro, el encuentro con Lobezno, el sorprendente flashforward de sí misma que hace Mística, el origen de la Bestia, los poderes de Alex Summers, la carrera de Xavier, el símbolo del club del Fuego Infernal, el detalle de Banshee presignándose, los uniformes amarillos y azules, la relación original ya perdida con el FBI, y hasta el juego de palabras (no traducido, por cierto) entre los G-Men y los X-Men.
La película es divertida, explora muy bien a los personajes, se pasa en un suspiro y deja con ganas de mucho más. Como émulos de Malcom X y Martin Luther King, estos jóvenes Erik y Xavier recrean la lucha interna de ambos en su mismo momento histórico. Y James McAvoy y Michael Fassbender (que viste el mismo traje que Sean Connery en Goldfinger y se postula ya como futurible 007) son mucho mejores Profesor X y Magneto que Patrick Stewart e Ian McKellen.
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