En algún momento de todos aquellos años de aprendizaje me di cuenta de que el estilo era la madre del cordero. Por el estilo se diferenciaban los buenos poetas de los malos poetas. Los buenos escritores de los escritores del montón (entonces existían buenos escritores y la industria no había potenciado a los escritores del montón). Y hasta los buenos guionistas de los guionistas mediocres.
Después de mis primeros cuentos, mientras esperaba la respuesta de ND, volví a la novela. Novela de bárbaros que ya no lo eran. Fantasía heroica con un héroe rubio que ya tenía nombre, y por tanto ya existía. Mi amigo Miguel me llamó una tarde, y me dijo que había encontrado, en una marca de equipo deportivo, un nombre cojonudo: Salter. Le pusimos una hache intercalada (la misma hache intercalada que luego tanta gente confundió de sitio), y lo rebauticé Salther. Salther de Khel, entonces. Mi idea inicial era escribir una serie de relatos, al estilo Conan. Pero Conan ya no era mi única influencia: tenía otras dos, más importantes, más serias, más bellas. Por un lado, la serena filosofía de la vida de Hal Foster y su Prince Valiant. Por otro, la no menos serena y poética visión de la civilización sobre la barbarie del injustamente ignorado Robin Wood y su Nippur de Lagash.
Me pasé mucho tiempo rondando las aventuras de Salther, estilizándolas, rompiéndolas, volviendo atrás, rehaciéndolas. Su primer borrador, que inicié entonces, era un remedo de Nippur, del ciclo vital de Nippur, un paseo por gentes y ambientes. Me quedaban todavía resabios de los tebeos españoles: Lodbrod, nombre deformado a partir del padre de Sigrid de Thule. El padre de Yse (que entonces se llamaba Ysa, uno era así de evidente), tenía por nombre Jukun el de la Media Cara, y era pirata, como piratas eran todos los habitantes de Porsanmar, el nombre (taaan evidente) de la isla que luego sería Crisei.
Escribí un buen puñado de páginas seguidas, no crean: la aventura del robo de las manzanas de oro, la llegada a la isla, el cortejo (pero no lo resolví entonces), la aventura de la espada en la torre (me salté la aventura de las sirenas), y me lancé a la paradoja temporal y la historia con Telethusa. La isla que luego sería Eressea, se llamaba entonces Albanta (las evidencias, ya ven). Apenas avancé algo más que la llegada a la ciudad asediada y la presentación de Telethusa.
Estaba escrito todo en tercera persona, por cierto. Pero todavía no había encontrado la música. Empezó a rondarme una idea descabellada: matar al final al personaje. Y, lo que es peor, matarlo ahorcado. Y, todavía peor, escribir la historia no en tercera persona, sino en primera. En muchas primeras personas, una por cada personaje que iba encontrando en su camino. La novela de pronto tuvo un título: La leyenda del Navegante. Pero todavía no tenía forma.
No me extraña, ahora, que decidiera dejar aparcada aquella novela tantos años. No era la primera que abandonaba. Ni sería la última.
En auxilio de aquellas historias largas que nunca era capaz de terminar vendría, curiosamente, no la ciencia ficción, sino el policíaco. Philip Marlowe y Raymond Chandler.
Comentarios (27)
Categorías: Ciencia ficcion y fantasia