El cine se llenó de pronto de historias donde primaban los efectos especiales y la música sinfónica. Fueron muchas veces producciones apresuradas, hechas para aprovechar la moda que nos invadía, el deseo de sacar pasta a toda prisa por si aquello era fugaz. Pero no fue fugaz: aquel concepto del cine, devuelto una vez más a máquina de sueños, a espectáculo de barraca de feria con su misión de abrir de par en par los ojos de los que pagaban la entrada estaba allí para quedarse. Si mucho se torció luego, no puede ser culpa de George Lucas, como siempre hay algún lerdo encantado de acusarlo.
Llegó Superman, "el film" y no "the movie", como le gustaba cachondearse conmigo mi amigo Jeremy Bray, el lector inglés de la carrera. Una película que tenía nada menos que guión de Mario Puzo, según decían (luego parece que fue borrador de guión nada más), una dirección más que aceptable de Richard Donner (aunque lo botaron del proyecto a la mitad de la segunda película rodada back-to-back con la primera), una muy buena, insuperable, presentación del héroe y, sobre todo, al intérprete ideal, aquel desconocido Christopher Reeve que parecía nacido para interpretar al héroe de Kripton y que era capaz de hacernos creer, con su imitación de Cary Grant, que Clark Kent y Superman eran dos personas distintas. Lástima que la película, con Mario Puzo o sin él, tuviera luego un argumento tan tonto. La música volvía a ser de John Williams, que es para mi generación el músico "clásico" por excelencia. Superman recaudó en España más dinero que La guerra de las galaxias, para que luego digan. Pero, con todo, no fue nuestra película.
Claro que, comparado con Superman, aquellos episodios remontados de Spiderman que se estrenaron en los cines daban un mucho de rubor. Como lo daba Lou Ferrrigno con aquel pelucón y aquella pintura titanlux verde haciendo de El increíble Hulk, que luego pasó de la gran pantalla a la pantalla pequeña a la que pertenecía.
Las imitaciones de Star Wars tuvieron su mayor descaro en Galáctica, y hasta en la publicidad de alguna de sus secuelas (siempre episodios televisivos remontados) se hacía creer al respetable que se trataba de la continuación de la película de Lucas, que de momento era algo que estaba en el aire.
Llegó Steven Spielberg con sus Encuentros en la Tercera Fase: cine Avenida, y el comentario de mi amigo Vicente: "Pues no tiene nada que envidiarle a Star Wars". Tal vez. Nos dividimos un poco sobre todo en lo referente a la música.
Disney se sumó al carro con aquel horrible El abismo negro, cuando lo que a todos nos apetecía era haber visto de nuevo Veinte mil leguas de viaje submarino, pero la original. Llegó de la tele Buck Rogers para bailar con la princesa Ardela en una discoteca galáctica, una moda entre lo tecnopop y lo futurista que un año y pico explotaría sin frenos ni marcha atrás aquella chillona adaptación de Flash Gordon, el producto que produjo Dino de Laurentiis y donde lo único salvable era la desaforada sensualidad de Ornella Muti.
Llegó Alien, el octavo pasajero, que marcó otro importante punto y aparte (y que Walt Simonson adaptó al cómic). Donald Sutherland se dejó comer por los ultracuerpos, lo que quizá explique por qué su hijo es incombustible. El cine denuncia se despidió, o casi, con El síndrome de China. James Bond se tiró al espacio y a Corinne Clery en la ridícula Moonraker. Don Coscarelli dirigió la no menos ridícula Phantasma (cuyo truco adiviné en el minuto uno), Sean Connery hacía frente al Meteoro. Mel Gibson se ponía por primera vez los cueros de Mad Max, y H. G. Wells se embarcaba en su máquina del tiempo para perseguir a Jack el Destripador.
Star Trek llegó a las pantallas con unos uniformes nuevos y una chica calva (y unos cuantos kilos de más en el elenco), para un producción pomposa y algo fría que venía a ser una explicación sencillita de 2001, a cuyo reestreno ya pudimos por fin acudir. Se reestrenó La Guerra de los Mundos, y un montón de títulos antiguos que, injusticia de los efectos especiales, se veían muy muy viejos ya.
Y empezaron las imitaciones de bajo presupuesto: los italianos entraron a saco en la ciencia ficción como también entraban en el terror (ah, aquella Nueva York bajo el terror de los zombies donde no salía Nueva York y un zombi se comía a un tiburón a bocados). Si no han visto ustedes en un cine, allí con dos cojones, productos como Star Crash o El Humanoide no saben ustedes lo que es un viaje de tripis sin tripis.
Claro que el cine español (o coproducido) no se quedó atrás y bien que fueron capaces de presentar a Supersonic Man, con música de Parchís y todo. Llegaron Los siete magníficos del espacio (qué buena estaba Sybil Danning haciendo de valkiria), llegó Ken Russell con Estados alterados, llegó Saturno 3.
Un montón de títulos que nos fueron haciendo pasar el rato y nos entretuvieron las horas a la espera de que, en octubre de 1980, George Lucas mostrara por fin sus cartas y volviera a dejar al mundo boquiabierto con El Imperio Contraataca.
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Categorías: Ciencia ficcion y fantasia