No te creas. Si ya he hecho más de una pequeña visita.
Cuando niño estuve varias veces de veraneo, pero entonces vi poco más que la playa de la Victoria. Así que se puede decir que Cadi-Cadi, no llegué a verlo.
Años después, he ido tres veces. La primera, sí, el sábado de carnaval, hace la tira de años y con la gente de la facultad, cogiendo el tren ganado gratuito desde Sevilla. Me dejó patidifuso la cantidad de gente que había y la costra de desechos con la que acaba el suelo (menda no quiso beber alcohol, en parte para no tener que añadir más meados al asunto, en parte porque soy alcohólico pasivo: por cada tres copas que se toman a mi vera, es como si yo me tomara una).
La segunda, con un amigo, visita de un día. Un antiguo alumno tuyo, compañero de ambos en la facultad y al que le perdí la pista después, nos hizo de cicerone. La ciudad me pareció preciosa y fue cuando comprendí lo de tacita de plata.
La tercera, ya casado, también visita de un día. Esa vez vimos mejor la Caleta y la Catedral.
Siempre que he ido por aquellos lares, he intentado contemplarlo (un tanto de forma infructuosa) con ojos del pasado, porque de siempre la antigüedad y las leyendas me han atraído mucho. Por el camino, a medida que surge la marisma y cambia el paisaje, fantaseo con el lacus ligustinus, la época de Tartessos, tal vez la Atlántida. ¿Quién sabe? Puede que la próxima vez que vaya tenga más éxito en mis contemplaciones.
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