Todo se fue mezclando al mismo tiempo, así que me resulta casi imposible separar cuándo se me cruzaron unas cosas con las otras. De las aventuras espaciales de Scott Danger, nunca terminadas, nunca resueltas, con su regusto a Flash Gordon mezclado en la batidora de las novelas de a duro, pasé a la fantasía heroica, y como la fantasía heroica eran bárbaros y civilizaciones antiguas con su tufillo a historia deslavazada, allá que me creé ipso facto una versión de Conan, que fue teniendo varios nombres (recuerdo Wondarr, recuerdo Nondar), y un puñado de historias de muertos vivientes, princesas, sexo sublimado y esas cosas que son tan características, del género y de la adolescencia. Hice un par de relatos, creo (mi hermano imitó mi imitación, pero tiró hacia Kull, e inventó un nombre que me daba mucha envidia, porque era mejor que los míos, Shagan), y hasta tuve más o menos una biografía del personaje.

En un momento de lucidez, para diferenciarlo de Conan, decidí que fuera rubio. En otro momento de lucidez, e influido por Prince Valiant, que fuera príncipe y no bárbaro, que hiciera el camino inverso al héroe de Howard. Rescaté alguna historia de Scott Danger contra aquellos extraterrestres, los convertí en dioses preternaturales, y le di a mi príncipe (o a mi bárbaro), una compañera como Bêlit, una mujer pirata llamada Zadia. Pero seguía sin gustarme el nombre de mi héroe. Y si lo que tiene nombre existe, que decía aquel, lo que no tiene nombre no existe. Y lo dejé correr.

Hay tres influencias claras, me parece, que me marcaron el futuro en aquellos tiempos: Mundos Desconocidos, o cómo acceder a historias de ciencia ficción que eran eso, historias de ciencia ficción, adaptaciones de relatos, no historietas de susto final como las que me aburrían en Vampus, Rufus o Dossier Negro. Dossier Negro, que estaba lleno de cómics de lo mismo, o incluso peores, pero que tenía unos relatos de terror, y a veces de ciencia ficción, escritos por un tal Luis Vigil. Unos relatitos sencillos, de sorpresa final, que sin embargo a mí me llamaban mucho la atención: quizás no estuviera preparado para escribir los novelones de bárbaros o las sagas de ciencia ficción que tampoco tenía muy claro cómo continuar. Pero aquellos relatos cortos... estaba seguro de que sería capaz de hacer algo parecido.

La tercera influencia fue, claro, Nueva Dimensión. Un librito que yo había visto alguna que otra vez, muy de lejos, en las librerías del centro. Un formato extraño, inaccesible. Un título que lo mismo aparecía una vez que desaparecía durante meses. Nunca abrí ningún ejemplar, por cierto.

Una mañana, sin embargo, en el kiosquillo de la esquina, antes de que se reconvirtiera en videoclub, encontré un ejemplar de la revista. El ejemplar del mes. Lo compré al poco rato, a medias con mi hermano, me parece.

Nueva Dimensión, con aquel formato cuadrado, caro, extraño, ahora ya no inaccesible. Quiso la casualidad que fuera un número donde se pedía una operación salvamento, porque la revista estaba a punto de desaparecer. Y quiso la casualidad que me engancharan aquellas palabras del editorial (escrito, creo, por Domingo Santos), y que convenciera a mi hermano para que nos suscribiéramos a medias a la revista, visto lo imposible de encontrarla en Cádiz. Hoy no puedo sino pensar que fuimos un tanto ingenuos, porque si la revista estaba tan mal (tardó, eso sí, varios años en desaparecer), lo nuestro fue una quijotada en toda regla, pero lo cierto es que a partir de entonces, puntualmente, escrupulosamente, ND (como pronto aprendimos a llamarla) empezó a llegar a nuestro buzón, como también llegaba la primera revista de estudios sobre la historieta que conocí, Sunday, donde había un interesante reportaje sobre Mètal Hurlant, una revista de cómics exclusivamente de ciencia ficción que dibujaban unos franceses llamados Los Humanoides Asociados.

Nueva Dimensión nos abrió los ojos. Estaba llena de relatos. Unos buenos y otros menos buenos, pero todos legibles, todos entusiasmantes. Relatos variados, de muchos escritores diferentes, con sus noticias, la sección de las páginas ex-verdes. Relatos que me confirmaron esa creencia tan tonta que los lectores de ciencia ficción confirmamos a pies juntillas: la ciencia ficción era una literatura para gente inteligente. O al menos para gente distinta, porque aunque los relatos fueran cortos (y qué buenos, qué afilados, que irónicos algunos de ellos) a veces hacía falta un esfuerzo extra para entenderlos: la característica principal del género sigo creyendo que es explicar sobre la marcha y no dar respiro al lector.

Nueva Dimensión, sin embargo, que podría haber sido un camino, en tanto los relatos que publicaba, por su extensión, podrían acercarse a lo que yo empezaba a emborronar (y a no terminar tampoco, constreñido por el concepto saga prestado de las novelas de a duro), tenía un problema grave: no publicaba a autores españoles. No los había, se decía. No eran lo suficientemente buenos. A los gordos culos de los lectores (como se les llamaba entonces) no les gustaba que ocuparan sus páginas en vez de autores consagrados y/o extranjeros.

Era un camino que, por lo pronto, me quedaba vedado. En el fondo, no sé si siquiera si confiaba en poder publicar algún día allí. Pero Nueva Dimensión me abrió las puertas de la percepción, me hizo ver que la ciencia ficción, y el concepto mismo de lo que es un relato, no tenían nada que ver con lo que yo soñaba escribir y no escribía.

Nueva Dimensión asumía que era parte de un ghetto. Y anunciaba libros, y tebeos, y películas. Y en uno de aquellos primeros tomitos cuadrados (pronto llegaría el cambio de formato), Luis Vigil (el mismo Luis Vigil de los relatitos de Dossier Negro) escribía un artículo sobre una película que se acababa de terminar de rodar y que tenía elementos en contacto con la novela Dune y que tal vez llegara pronto a España: Las guerras estelares.

El resto, como dicen, es historia.

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Comentarios

1
De: Rafael García Fecha: 2011-05-31 14:19

Es divertido leer, desde la persepctiva del tiempo, los artículos en las revistas especializadas de ciencia ficción que hablaban sobre el rodaje de "Star Wars" y comprobar como aquellos que los escribian manifestaban serias dudas sobre la viabilidad comercial del film.
Eso es lo que manifestaba en esa época el futuro director de cine Joseph Zito en un reportaje en el que comentaba el fim, meses antes de que se estrenara.



2
De: Antonio Romero Fecha: 2011-05-31 14:22

¡Ay, ese Nomanor..!



3
De: Antonio Romero Fecha: 2011-05-31 16:44

... que llegaría a conocer una versión historietística, ignoro si autorizada o no.



4
De: TFC Fecha: 2011-05-31 18:13

Aaaah. Muy interesante esta serie de artículos.



5
De: Gonzalo Fecha: 2011-05-31 19:02

estás en racha master



6
De: Ojo de Halcón Fecha: 2011-05-31 23:30

Mira que te conozco y te leo desde hace años, nunca supe que tenías un hermano :)



7
De: Juaki Fecha: 2011-06-01 00:09

Es como el hermano de Stephen King: na más que aparece en las autobiografías :)



8
De: Alfred Fecha: 2011-06-01 02:23

¿Se llamará Mycroft?



9
De: Mirbos Fecha: 2011-06-01 09:16

Seguramente...



10
De: Ojo de Halcón Fecha: 2011-06-01 15:24

Y pa colmo, ex profe mio que fue Rafa, si es que ya me vale jaja.



11
De: TFC Fecha: 2011-06-01 15:45

¿Nomanor?



12
De: RM Fecha: 2011-06-01 15:59

Un bárbaro subido de tono que escribieron Luis Vigil y Domingo Santos



13
De: Celacanto Fecha: 2011-06-05 21:53

Que curioso, yo tengo una relación de lo mas rara con ND. Rondo la treintena y cuando salío la revista no estaba como para comprarla.

Pero un verano en casa de mis padres en el pueblo me encontré con unos 40 volumenes de la revista, que no se bien como habían llegado ahi.

Me pasé gran parte del verano leyendolas. Las criticas ya estaban desfasadas y en los relatos había de todo. Al menos en este momento recuerdo haber leido ahi Ecce Hommo de Michael Moorcock y una novela llamada Dios de Drule.