Ya he dicho antes que, en los primeros setenta, éramos fans de la serie de El planeta de los simios, pero las películas se estrenaban nunca se sabía cuándo. Y de pronto aquí tuvimos, ante nuestros ojos, una revista de cómics que, en blanco y negro, adaptaba tanto las películas (por Don Heck, ay, pero bueno) como presentaba historias nuevas en el planeta dominado por los simios... y donde además se demostraba que los cómics podían ser más espectaculares que aquella aburrida serie de televisión donde lo único que destacaba era el maquillaje y, dentro del maquillaje, al camionero Sonny Pruitt convertido en gorila de nombre Urko.
La serie de cómics, en el formato magazine, nos permitió saber por fin qué pasaba en la segunda película (que solo vi mucho más tarde, y que casi agradecería no haber visto), pero sobre todo, aparte de darnos una ración continuada de simios y astronautas en taparrabos, traía ingente información sobre las películas: entrevistas, información sobre el maquillaje, alguna que otra curiosidad. Por lo menos, los primeros números.
Nos desconcertó un tanto, eso sí, que se llamara El planeta de los monos y no El planeta de los simios, circunstancia que uno imagina debida a problemas de derechos, como también pasaría un año y pico más tarde cuando Doc Savage pasara a llamarse, tanto en el título como por dentro, El Hombre de Bronce, de no ser, claro, por el extraño galimatías en que se expresaban aquellos textos: cuesta trabajo creer que el traductor de turno no supiera que "Un trabajo naranja" no era la traducción de A Clockwork Orange, pero así hubo muchas barbaridades de ese tipo.
Con los tebeos de los monos, o de los simios, nuestra afición por el fantástico ya no tuvo marcha atrás. Empezábamos ya nuestros pinitos faneditores, aunque ni siquiera sabíamos que lo que estábamos haciendo era un fanzine, y allá por la primavera de 1975 mi amigo Miguel y yo, con fotocopias que emborronaban en blanco las manchas de tinta, sacamos nuestro título: Danger 75. Miguel dibujaba un cómic de un agente secreto alemán en lucha contra los nazis (Friedrich Wöhler, que para algo tenían que servir las clases de química), y yo publicaba el primer par de capítulos de una novelita de ciencia ficción que jamás tuvo continuación, donde adelantándome un puñado de años a Ronald Emmerich una invasión de ovnis se cargaba la Torre Eiffel. El protagonista de la historia se llamaba, por cierto, Scott Danger. Y, como nos faltaban páginas para rellenar el fanzine, hicimos lo que hacía todo el mundo: fotocopiar las páginas dedicadas a las películas de los simios del tebeo de Vértice. Se vendió bastante bien entre los compañeros de clase, dicho sea de paso, y quizá fuera la prehistoria de otros títulos y otras revistas que vinieron luego.
El planeta de los monos sirvió para enseñarnos que existía algo más allá del cine y de los cómics: existían las revistas o los artículos especializados en aquello que tanto nos gustaba. Por edad y por economías, no habíamos conocido Terror Fantastic, y Nueva Dimensión aún no había asomado, pero aquellos artículos tan extrañamente traducidos nos indicaban que, en efecto, había gente como nosotros que no se contentaba con ser solamente gente como nosotros. Se nos pasó el único número de Monsters of the Movies dedicado a King Kong, pero recibimos con alborozo la aparición de Mundos desconocidos de la ciencia ficción.
Descubrimos, entonces, que se podía salir a la caza y captura de tebeos y películas... y también de bibliografía sobre tebeos y películas. Más o menos en eso andamos todavía.
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Categorías: Ciencia ficcion y fantasia