Enamorados de los tebeos de superhéroes, no sabíamos, y nos sorprendió descubrirlo, que en el primer tercio de los años setenta los supérheroes eran en esos momentos, ya, títulos del pasado. El formato novelita se reinventaba una y otra vez, dando al dibujante López Espí la posibilidad de rehacer las portadas originales (uno de esos misterios editoriales que jamás entendimos, como tampoco supimos quién era el que retocaba los dibujos interiores de los cómics) y de jugar con estéticas y con las figuras. De las ilustraciones a portada completa, imagino que para abaratar costes, se pasó de buenas a primeras a portadas con fondo en blanco donde lo que sobresalía era la figura de un personaje.
Y entonces apareció un título nuevo que nos vino a decir (y yo lo sentí con cierta aprensión) que empezaba un tiempo nuevo. Conan el bárbaro, historias extrañas de eso que se ha dado en llamar "espada y brujería". Un nombre que sonaba a Sherlock Holmes y sonaba a aquel otro personaje de Trinca, Kronan, que dibujaba con barroca musculosidad un grande hoy olvidado, Brocal Remohí.
Me acerqué a Conan con cierta aprensión, lo reconozco. Los dibujos del bisoño Barry Smith, estropeados por los retoques y las ampliaciones, me sonaban a otra galaxia. Las historias, sobre todo en los primeros números, tampoco eran muy allá, y además la gramática narrativa era confusa (muchos años más tarde comprendí que se debía al "método Marvel", o sea, a dejar en manos del dibujante el ritmo y la planificación de la narración: Smith era un novato, y Conan se entendería muchísimo mejor cuando John Buscema sacrificara el setting por la solidez de las historias).
Era un tebeo extraño, aquel Conan. Era un dibujante extraño, aquel Barry Smith que ya había asomado a algún episodio de La Patrulla X o Los Vengadores. Las historias, ya digo, eran algo confusas. Pero la segunda de ellas tenía un no sé qué de mágico. Era "La Torre del Elefante", y ni siquiera los destrozos editoriales pudieron cargarse la bella composición que el bisoño Smith dibujó. Los demás episodios, con la aparición de un tal Elric de Melniboné, tampoco mejoraron la narración. Pero poco después, conforme Smith se iba haciendo con el personaje y su entorno, con la llegada de Jenna (una prostituta de la época con un curioso nombre premonitoria a actriz porno) y, durante apenas dos números, con el gran Gil Kane, el título arrancó ya de forma espectacular.
Y entonces descubrimos las novelas que Bruguera había editado. Los dibujos poderosísimos de Frank Frazetta, y la historia del bárbaro con diversos títulos (Conan el pirata, Conan el bucanero, etcétera), que aunque parecían una versión sangrienta de aquel personaje juvenil, Tocón, servía para trazar la biografía del cimmerio (o cimmeriano), y adelantar historias por vivir en los cómics. Se notaba mucho, por cierto, qué historias estaban escritas por su autor original, Robert E. Howard, y cuáles habían sido continuadas o retocadas o continuadas por L. Sprague de Camp o Lin Carter.
Conan fue un descubrimiento. El mundo del superhéroe, aunque ahora volvamos la vista atrás y recordemos con cariño los primeros años setenta, se encontraba en un impasse tras la marcha de Kirby y Ditko y el paso del testigo de Stan Lee a sus alumnos escritores. Alumnos que, además, querían contar sus propias historias y tenían que continuar por otro lado los personajes de la casa. Conan fue un paso adelante en la evolución de los cómics, y su sentido de la sexualidad y la sensualidad de aquella tierra salvaje un hito.
Conan anunció también, muy poco después, el cambio de formato, la búsqueda de nuevos estilos. Con la serie Relatos Salvajes (que se entrecruza una vez más con otra de las aficiones del momento y a la que dedicaremos la siguiente entrada, El planeta de los simios), se pasó al formato vertical, es decir, al tebeo sin componendas, sin retoques. Las historias, hechas ex profeso en blanco y negro, con un John Buscema en estado de gracia (y un Barry Windsor Smith que ya era un grande y nos deleitó con "Uñas rojas", título que, pese al error de traducción, prefiero a "Clavos rojos"), nos mostraban además cómo los entintadores tenían gran importancia en el aspecto final del producto. Alfredo Alcalá, el barroquísimo Alex Niño, Ernie Chua (o Chan), y sobre todo "la tribu", o sea, un montón de manos a la vez para la historia que uno siempre ha preferido de Conan, "Nacerá una bruja", donde la sensualidad de la mala alcanzó cotas de erotismo adolescente muy subido de tono.
Entre las novelitas Marvel, los Relatos Salvajes, las novelas de Bruguera y, poco después, el cambio de formato de la serie de comic-books, Conan marcó una época, en el mundo del cómic (pronto Ka-Zar se sumaría al carro, asomaría brevemente Thongorr, Kull mostraría el pasado remoto de la Era Hiboria) y en el mundo de la fantasía heroica. Los primeros folios que yo empezaba a escribir a máquina dudaban siempre entres los héroes de ciencia ficción y los bárbaros... rubios, claro, porque incluso las copias de Conan que uno iba imaginando tenían que tener un rasgo original y diferente.
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Categorías: Ciencia ficcion y fantasia