Llega la primavera y, como cantaba aquel, sale a la calle la vida. Y celebramos el reencuentro con la luz como quizá sólo pueden celebrarse estas cosas: con música y sonidos, con la exaltación de los sentidos y la armonía de la alegría. O sea, con ferias. A rebufo de Sevilla, ferias de tiendas de lona a rayas y alberos y caballos y muchachas disfrazadas de flor. Adelantándonos a Madrid, ferias de libros y novedades y escritores que somos reyes por un día y lectores que se acercan con la timidez de lo desconocido o con el ojo avizor de quien sabe lo que le espera.
Tienen algo en común, los dos tipos de feria. O quizá se parezcan en sus diferencias, al menos en Cádiz, donde no tenemos una (El Puerto aparte) y desde el viernes pasado gozamos de la otra. Las ferias de primavera, la reinvención que tiene ya más de un siglo de las antiguas ferias de ganado, son en el fondo, hoy, un poco el absurdo de levantar una ciudad de tubos de hierro y lona en medio de una ciudad, y llenarla de calles, de luces, de chiringuitos y de guardias: alguna de ellas, como la del Puerto, incluso tiene por norma repetir en sus fachadas los muchos palacios y monumentos de sus calles y plazas.
Las ferias del libro son lo contrario: si la montaña no va a Mahoma, Mahoma tiene que ir a la montaña, y durante unos pocos días los libreros salen de su habitual sancta sanctorum y ofrecen, quizás para otro público, sus tesoros de papel. Al menos en otros sitios, pero no en Cádiz, donde hace ya bastantes años que las ferias del libro (desaparecidas, ay, las de ocasión desde que Raimundo se estableció en un local como todos) no se hacen en las calles y plazas, sino en el Baluarte de la Candelaria, aunque a mí me siga pareciendo un poco contrasentido: me gustaban aquellas viejas ferias del libro en la Catedral, en la Plaza de San Antonio, en Canalejas y hasta en la Glorieta del Hotel Playa, donde los libros salían de sus rincones para darle en la cara al transeúnte. Me da que el Baluarte está demasiado lejos, demasiado escondido, y los huecos de las librerías son demasiado chicos, cuando las librerías de verdad, las de todos los días, son mucho más amplias y apacibles. Pero si el sitio les viene bien, adelante con los faroles.
Perdimos lo más parecido a una feria (la velada de Los Ángeles, ¿se acuerda ya alguien?) porque no había un sitio donde poner las casetas, y no es plan perder también la feria del libro. No se olviden de pasarse esta semana.
Publicado en La Voz de Cádiz el 09-05-2011
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