Son honrados trabajadores. La gente que uno admira porque sabe que tiene la suerte de haber escapado de ese destino. Cuarenta y tantos años, canoso uno, algo más joven y más grueso el otro. Monos de trabajo azules, barba de un par de días, deben de ser electricistas o mecánicos o vaya usted a saber qué pueden estar haciendo allí, en el aparcamiento donde dejo el coche, medio a oscuras.
Tienen, lo veo mientras me marcho, linternas en las manos. Linternas de esas modernas, con un mango negro y un tubo fluorescente. Como de película. Y las linternas están encendidas. Y el hombre de los cuarenta y tantos años, lo más lejos posible de estas veleidades nuestras, agita la mano con la linterna fluorescente y el otro empuña la suya y entre los dos escenifican una pelea.
Y uno de ellos dice aquello de "Yo soy tu padre".
Me alegran el día.
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