Está aquí el de la foto tan tranquilo viendo la tele cuando de pronto me quedo a cuadritos, con la boca abierta, como un personaje de dibujos animados de Tex Avery. Yo creía que el fútbol era eso, el opio del pueblo contemporáneo, lo que nos distraía de lo que nos duele y nos cuesta la vida. El gran sofoco cada fin de semana o la gran alegría cada tarde de domingo: un mosqueo, una burla, una ilusión que duraban eso, apenas veinticuatro horas, lo que se difuminaba la mañana del martes tras el café, lo que se empezaba a menear de nuevo conforme se va acercando el fin de semana. He tenido que vivir medio siglo para descubrir lo divertido que es el fútbol… sobre todo si no te gusta y puedes ver las cosas con cierto despegue y cierta ironía.
Y me quedé a cuadritos el otro día, tras el enésimo clásico seguido (qué palabra, “clásico”, cuando quieren decir “derby”, ay). Los aficionados merengues que salen del partido, ostensiblemente molestos, porque a nadie le gusta perder, y de buenas a primeras todos, desde la primera mujer hasta el último hombre, se encaran con la pobre becaria que está allí micrófono en ristre preguntando qué les ha parecido el partido…. Y la gente (la turba, más bien), que descarga en ella su mosqueo, y acusa a la prensa de tener la culpa, y sueltan todos a una la frase lapidaria que hace que la barbilla me llegue al plato: “¡Periodistas terroristas!”.
Lo que nos faltaba ya. Llevar la gresca política del resentimiento y la anulación del otro al terreno de lo puramente banal, como es el fútbol. Convertir la percepción de una injusticia, o una impotencia, en motivo para el linchamiento y la algarada. Y todo porque un agitador vestido de Emidio Tucci (experto en Einstein, eso sí) es capaz de atraer los focos sobre sí mismo para desviarlos en seguida y promover a la gresca y vivir en un perenne estado de negación donde la culpa es siempre de los demás. Jugadores que hasta hace unas semanas era amigos y compañeros de la selección nacional, convertidos en enemigos fratricidas por los balones que echa fuera un señor que, vaya, puede un día ser entrenador nacional de un país vecino y rival. Menos mal que se dedica al deporte, porque da miedo pensar que un día funde o se afilie a un partido político.
El pueblo encabronado por una tarjeta roja y mientras tanto, rozamos los cinco millones de parados. Prioridades cambiadas. ¿Por qué?
Publicado en La Voz de Cádiz el 2-05-2011
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