Ya hemos visto los dos primeros episodios de la nueva temporada. Y solo puedo resumir mis impresiones con una frase lapidaria: Odio a Moffat. Lo odio, de verdad. Es más fuerte que yo. Me supera, me deprime, me saca de mis casillas. No disfruto de los episodios porque me lleva de la mano para soltarme continuamente. No me causa el placer infantil, la suspensión de la credulidad que me producía Russell T. Davies. Me burla continuamente, me promete el oro y me da el moro, sólo para darme el oro cuando me espero el moro. Se salta a la torera la gramática básica de las historias (es una serie para niños, por Dios, Moff), y salta de tiempo a tiempo, de un personaje a otro, creando pistas que conducen a otras pistas que lo mismo no conducen a nada o conducen a otras pistas.
Qué grande, el hijo de su madre.
Con los dos episodios de estreno, la aventura americana del Doctor es mucho más que una concesión a los nuevos públicos del otro lado del charco: es una nueva forma de hacer televisión, incluso de hacer política (el cachondeo que se traen de continuo a costa de los yankis es de antología; los brits parece que en ocasiones no perdonan la pérdida de las colonias). Es tontería decir aquí lo bien que está Matt Smith, lo monísima que es Amy Pond, lo bien que llena la pantalla, aunque salga poco, el bueno de Arthur (que habría sido un magnífico Doctor, oigan). E incluso la química que no llegué a ver antes entre River Song y el Doctor (una química que sí existía, a raudales, con David Tennant) se llena, sobre todo en el segundo episodio, de una melancolía enorme. Tiene uno ganas ya, maldito Moffat, de que nos cuenten de una vez quién es River y cuál es su relación con el Doctor, aunque eso suponga, me temo, su salida definitiva como secundaria de lujo de la serie.
En dos episodios que en realidad no forman un todo, puesto que el segundo no sigue directamente del primero (hay un hiato no explicado), Moffat parece que soluciona alguna respuesta plantada casi subliminalmente en la temporada anterior (el misterio del Silencio), pero deja abiertas tantas ventanas, tantos huecos en la trama, tantos misterios, que uno no puede sino imaginar cómo va a ser el cliffhanger que nos planteará este verano, porque el final del segundo episodio es de antología.
Y estamos empezando la temporada. Odio a Moffat, de verdad. ¿Alguien tiene su teléfono, para incordiarlo por las noches para que me cuente cómo va a resolver todo este lío que ha planteado en solo noventa minutos?
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