Esta tontería de la especificidad en la educación, el que un chaval de pocos años tenga que jugarse a cara o cruz su futuro ya desde la ESO trae como consecuencia que los alumnos de ciencias no puedan, por cosas del currículum, escoger Literatura Universal en segundo de bachillerato, igual que los futuros arquitectos no ven ni de lejos la historia del arte. Eso hace, en mi caso, que muchos chavales de ciencias se quedan con las ganas de seguir esa asignatura (una asignatura que, como bien dice mi admirado José María Conget, pretende potenciar un gusto). El error típico de creer que los libros son para la gente de letras, claro (pero, cáspita, este año no tengo ningún alumno de letras en la asignatura, sino de ese híbrido llamado "humanidades").
Carlos es un alumno brillante que estudia ciencias. Y es un alumno brillante al que aprecio y que me aprecia. Sé que cuando entro en el aula de la que él sale se queda con las ganas de quedarse allí, de escuchar mis pamplinas, de descubrir matices de Shakespeare, o de Homero, o del que toque. No es el único al que el currículum le corta el deseo de divertirse aprendiendo. Pero sé que él, en concreto, sería feliz en mi clase, porque es un chaval inquieto al que le gustan los libros.
Hoy me ha sorprendido al preguntarme (está en segundo de bachillerato, a punto de cumplir los dieciocho años) si creo que está preparado para leer a Walt Whitman. Al principio parpadeo. Claro que lo está, pienso. ¿Por qué demonios no iba a estarlo? La poesía no necesita un carnet de identidad para ser disfrutada: no precisa de un examen como el carnet de conducir ni una edad tope para el derecho al voto. Así que le digo que sí, pero que si es posible busque una edición bilingüe. Justo la que él tiene.
Me dirijo a la clase que me toca pensando, como tantas otras veces, que a pesar de que cultivo una prosa poética, no soy lector de poesía. He escrito poemas en mi juventud, de vez en cuando todavía escribo alguna cosa. Pero no, no me considero poeta. Y no, no sé disfrutar con la poesía. No tengo la capacidad necesaria, la costumbre, la urgencia.
Disfruto con poemas de muy poca gente: por no irnos a los cuatro clásicos de siempre y a los dos andaluces que amo, son los poetas de mi generación o la generación anterior a la mía los que me gustan: mi amigos (Téllez, Benítez Ariza, Manolo Ruiz Torres), y los tres o cuatro monstruos que ustedes piensan.
La pregunta de Carlos, de todas formas, coincide con un momento curioso. De los miles de libros que tengo en casa, pocos, muy pocos son de poesía. Y, como los libros de poesía que tengo son regalo de esos amigos, pocas veces he comprado motu proprio un libro de poemas. "Casa de Misericordia", de Joan Margarit, fabuloso, hace un puñado de meses. Y curiosamente, este mismo lunes, mientras curioseaba en la librería Manuel de Falla (iba buscando a Dickens, creo), el "Poesía (1980-2005)" de Luis García Montero, en cuyos versos veo los mismos sonidos y las mismas inquietudes que leo en los poemas de mis amigos.
Lo mismo me estoy ablandando con la edad. O es verdad, y yo no lo sabía, que la poesía es necesaria como el pan de cada día. Lo que pasa es que pan yo como poco.
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