-¡Oh, feliz daga! Esta es tu vaina. Enmohécete aquí, y dame muerte.
Cuando Romeo abrió otra vez los ojos todavía manaba sangre del pecho de su enamorada. Por sus propios labios resbalaba aún el líquido azul de la poción envenenada del boticario.
Cuando Julieta abrió otra vez los ojos la palidez de la muerte aún no había empezado a marcarse en sus mejillas. Tardaría más en oxidarse la daga clavada en su corazón.
Sonaba a los lejos una campana llamando al alba.
Con paso vacilante, los dos esposos salieron de la cripta. No los deslumbró la luz del nuevo día.
Quizá era el momento de invitar a Fray Lorenzo al desayuno.
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