La semana que nos condena a dos años más de trabajos forzados la noticia sorprendente es el anuncio de dimisión de Alex de la Iglesia de su cargo como presidente de la Academia de Cine de este país nuestro: aquí no suele dimitir nadie, y además la decisión de De la Iglesia se debe a un cambio de opinión tras un largo debate online con los internautas.
Cierto, habrá quien diga que de la Iglesia, más listo que el hambre, ha visto por dónde van los tiros y quién va a perder al final esta batalla y ha preferido quedar como el bueno de la película y poner a la ministra y su camarilla en el bando del lado oscuro de la Fuerza: está la cosa como para que internet se organice y declare un boicot en toda regla al cine y la música patria, una revuelta online donde no hará falta quemar neumáticos ni cortar carreteras para que el juguete se les quede sin cuerda. Pero de todo, yo me quedo con la parte admirable de la decisión del cineasta: creo que no conozco a nadie que haya cambiado públicamente de opinión tras un debate, y que encima lo reconozca. Tanto en internet como en la vida real, usted suelta su soflama, intenta convencer al contrario, o aplastarlo, y luego cada uno se va por su lado, convencido aún más de tener la razón. Alex de la Iglesia nos ha dado una lección, a todos (empezado por los políticos) al reconocer que se había equivocado en su percepción del problema de las descargas.
La ley Sinde se ha aprobado, parcheando una situación que no puede ser parcheada, en tanto se basa en el desconocimiento absoluto de cómo funciona la red, en unos parámetros tecnológicos y conductuales de hace veinte años, y en la ignorancia de que las páginas de descarga no tienen por qué tener un emplazamiento físico: cierre usted una página en España y aparecerá pasado mañana desde un lugar que esté a salvo del alcance de esta ley. Cerrarán seriesyonkis, pero siempre nos quedará Taringa.
En el fondo, el lobby del cine y la música lo que parece que quisiera es que no exista internet. No comprende que los tiempos son nuevos, que una red social (lo estamos viendo, sí, en los países árabes cercanos) sirve para mucho más que para colgar fotos en el Tuenti o recuperar amigos de la mili. Los gobiernos tendrían que empezar a tenerle más respeto a la capacidad de organización del ciudadano. Y, el mundo de la cultura contemporánea, buscar sistemas nuevos (y necesarios) para mantenerse a flote económicamente. Lo “pop” se niega a ser “folk”, pero es inevitable.
Publicado en La Voz de Cádiz el 31-01-2011
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