No tengo la verdad absoluta. Ni siquiera tengo método. Lo que voy a decir vale para mí, o ha valido en ocasiones.
No tengo claro si abordo de forma distinta mi trabajo como novelista o como guionista de historietas. Sí sé que el de guionista es más difícil, no porque hay que pensar en imágenes y esas imágenes las tenga que hacer otro, sino porque voluntariamente decido dejar fuera una de las armas: la palabra. O la palabra con música.
El guionista del tebeo es la quinta rueda, o así se ha considerado siempre. Todos reconocen a Alex Raymond como autor de Flash Gordon o Jungle Jim, pero nadie recuerda a Don Moore. Ni a Fred Dickenson como guionista de Rip Kirby.
Pero el guionista es necesario. No se puede hacer un tebeo sin guión. No se puede decir la aberración: “puesto que se gana poco dinero con la historieta, es lógico prescindir del guionista”. Si pretendes ganar dinero con la historieta, vas dado. Dedícate a otra cosa.
“Si sabes dibujar, sabes escribir” es una falacia. No todo el mundo que sabe dibujar sabe escribir. No todo el mundo, además, tiene algo que contar.
La historieta es un medio eminentemente visual. Como el cine. En el cine, también, el guionista parece secundario. Pocos son los guionistas conocidos por el gran público. Pero su trabajo está ahí, y es imprescindible. Es la base donde está luego el trabajo de los demás. El cine es una labor de equipo de mucha gente, y la historieta es una labor de equipo de menos gente: el guionista, el dibujante (o los dibujantes). Y a veces los coloristas, los rotulistas, el editor, el impresor…
Reduciendo la ecuación a 2 personas, guionista y dibujante, economía aparte, cada uno de los dos debe ser el 50 % del trabajo. Pero el conjunto debe sumar 110%. La historieta es un fenómeno holístico.
Siempre he equiparado mucho la historieta con el teatro. En la condensación de la trama. En su valor de parábola. En su sentido del mensaje. Del mensaje quisiera hablar más tarde.
El guionista es el autor de la obra teatral. Y el dibujante tiene que ser el director de escena, los actores, el iluminador. El guionista debe marcar el argumento, los recursos narrativos de efecto, pero es el dibujante el que tiene que desdoblarse en los demás trabajos: actor, actriz, figurinista.
Y los dos deben remar juntos en la misma dirección. Recordemos: los tebeos se compran por los dibujos, pero se recuerdan por los guiones.
Esto debe ser como el sexo: un esfuerzo común, divertido, destinado a un punto de placer conjunto que es la obra terminada.
Por tanto, debemos de partir desde la confianza mutua. Demasiadas veces el dibujante, por tener la última palabra, apisona el sentido de la historia. El dibujante, en ocasiones, prefiere el lucimiento personal a contar la historia como la historia necesita. Lo mismo que, también en ocasiones, el guionista ahoga las historias con palabras, innecesariamente, para demostrar que está presente.
Una historieta necesita espacio. O, al menos, necesita saber controlar ese espacio. Ese es el principal valor del medio y a la vez su mayor handicap: la síntesis. Escribir “abrió la puerta y entró en la habitación” requiere exactamente ocho segundos. Dibujar las tres viñetas es un rato largo. No es extraño que se prescinda de esas escenas. PERO SIGUEN SIENDO NECESARIAS.
¿Cómo se hace un guión? Desde la generosidad, para empezar. Si conoces al dibujante con el que vas a trabajar, es más fácil. Si no lo conoces, suele ser más complicado: a veces te sorprende, la mayoría te decepciona. Reivindico el “feeling” entre guionista y dibujante.
El peligro de ser Juan Palomo en esto de la historieta (y hay magníficos autores “completos”, y no me gusta la palabra porque parece entonces que al guionista le falta algo), es que acabas dibujando lo que sabes, o lo que te apetece, o lo que se vende, y eso va siempre en detrimento de la historia que quieres contar. Tenemos ejemplos a montones: el caso de los Humanoides en Francia, el caso de las revistas en España. Creo que la historieta no necesita ya relatitos de ocho páginas con chiste final, entre otras cosas porque ya lo hemos visto casi todo. Y sólo se puede uno a atrever a contar en ocho páginas un chiste desde el más puro desconocimiento.
Si queréis trabajar para una “major”, entonces todo esto no sirve para nada. Os van a dar el trabajo hecho, y solo quieren una máquina que les haga cada mes el mismo tebeo. La historieta que a mí me gustaría hacer, y que todavía quiero hacer, es otra cosa.
Supongo que no hay mucha diferencia entre trabajar con un guionista a quien uno entiende que tener algo que contar (e insisto en tener algo que contar), y hacerse uno mismo sus propios guiones.
Cuando yo empezaba en esto y ni siquiera me planteaba ser guionista de nada (porque yo siempre he querido ser escritor), me extrañaba la forma en que se escribían los guiones de historieta. Hoy día, sigo sin ser capaz de leer un guión de cine.
Aquellos guiones se escribían a dos columnas: una secuencia en vertical: a la izquierda, la acotación de lo que pasaba en cada viñeta. A la derecha, el diálogo. Supongo que era una forma tan válida como cualquier otra de hacer más fácil, más visual, el trabajo del dibujante, para que pudiera ver “de una sola mirada” lo que tenía que dibujar y no perder el tiempo calentándose la cabeza.
Si a esto le sumamos que era la época en que se escribía a máquina, contando los espacios y sin poder eliminar del todo las erratas, nos encontramos con que el esfuerzo de evitar que el dibujante se esforzara recaía, una vez más, en los hombros del guionista. Lo que no ganaba por un lado lo perdía el otro por su parte.
Luego, cuando empecé a escribir guioncitos, allá por los años ochenta, obvié esa forma de escribir. Desconocía entonces que se pudiera hacer de otra manera, que se pudiera simplificar el proceso. Dicen que Harold Foster escribía una novelización de lo que pasaba en cada página de Prince Valiant, y luego la reducía dos tercios. No me lo creo. Es una pérdida de tiempo. Es innecesario. El texto debe ser lo justo, ni mucho ni poco, lo que hace falta: nadie escribe así, sabiendo que va a recortar luego lo que ha hecho. Al cabo del tiempo, se te desarrolla el callo que te permite escribir solamente aquello que te hace falta.
En mis primeros guiones yo escribí ya “hacia abajo”. Indicando cada viñeta, lo que pasaba en cada viñeta, y debajo, los textos, acotados como en una obra teatral. Es más o menos el sistema que uso todavía, aunque lo he simplificado mucho. Quizás porque uno de aquellos guiones primerizos fue destrozado literalmente por las buenas intenciones del dibujante: donde yo había previsto tres calles, él puso una viñeta gigantesca y una tira pequeñita debajo: era espectacular, pero baldío. Y el detalle primerizo de colocar un gigantesco cartel destruido de Coca Cola hizo que pareciera que ese era el título de la historia. Al final, fue un esfuerzo baldío: echó el resto en esa primera página y en la segunda y última no fue capaz de expresar la caricatura que necesitaba el remate de la historia, ni algo tan simple (en cine o en teatro) como mostrar que los personajes se cogían de la mano.
Es un ejemplo que luego he visto muchas veces, cuando he sido jurado de los premios que convoca el ayuntamiento: el esfuerzo en las primeras páginas, el abandono en las siguientes. Eso va en detrimento de la obra. La calidad debe ser la misma. Y, si acaso, debería notarse una mejora de página en página. Muchas veces se nota, o yo noto como guionista, dónde el dibujante se ha escaqueado de lo que se le pedía, por andar corto de tiempo, por no creer en el proyecto, por no saber hacer lo que se le pedía (que a veces, lo admito, podría ser difícil y hasta imposible). Y se nota mucho en los dibujantes primerizos cómo se explaya en las viñetas que le apetecen, o les parecen más espectaculares (sin que a veces tengan por qué serlo).
Por aquella época hice guiones más detallados, lo que se llama “guión técnico”: describir qué pasa en cada viñeta. Para hacerlo, y porque a veces el sentido visual del guionista no tiene por qué coincidir con el del dibujante, a veces me basé en fotos, y en imitar cómo se resolvían las escenas en otros tebeos. Por ejemplo, el Shang-Chi de Gulacy y Moench. Se puede comparar cómo interpretan los guiones de Moench los dibujantes siguientes: Mike Zeck o Gene Day.
Es una forma de aprender: observar cómo han narrado otros. Confieso que yo he aprendido mucho leyendo mis tebeos, viendo cómo los dibujantes que me han tocado en suerte o en desgracia interpretaban mis historias. Ahí es donde se ve si lo que quiero contar está contado con el ritmo que yo quería. A veces, el sentido de la espectacularidad del dibujante no coincide plenamente con el mío. A veces, claro, te supera.
Escribir un tebeo es aburrido. Es absurdo indicar en un texto la disposición de una conversación cuando es plano-contraplano. Ahora que estoy repasando Rip Kirby, me pregunto qué diría el guión original cuando lo que vemos en tres viñetas (y yo soy de los que piensan que nadie ha contado con mayor maestría una historia en secuencias que los dibujantes de tiras). ¿Es necesario decir que están de pie, y cómo se mueve la cámara cuando lo que se describe es un diálogo?
El guión, por tanto, debe ser elástico. Pero el dibujante no tendría que intentar mejorarlo por su cuenta sin reflexionar antes qué puede variarse de la historia si cambia cosas.
El guionista tiene que comprender que el dibujante no es su mano. Pero el dibujante también tiene que respetar la labor del guionista en su doble vertiente de: narrador del tempo de la historia y de escritor de los diálogos.
Del guión en vertical al guión “teatralizado” que es el que prefiero, está el intermedio, el estilo Marvel. Cuentan que Stan Lee estaba tan ocupado con tantas series a la vez que hacía solamente breves sinopsis de los argumentos, y que luego los dibujantes rellenaban a su placer (20 páginas por delante, muchas viñetas). El trabajo acabado a lápiz pasa entonces al guionista, que pone “voz” a lo que está pasando. Personalmente me parece una pérdida de tiempo, que tiene el problema de la verborrea, la sobreexplicación, el abuso de textos de apoyo: todo para justificar que el guionista existe.
Marvel sigue trabajando en ese estilo. DC sigue marcando más o menos las viñetas. Hay guionistas que trabajan en número de viñetas. Yo prefiero trabajar a mi estilo híbrido: entre el teatro y la narración, con la descripción de lo que pasa en la página o la viñeta, pero sin explicar ni los planos ni los ángulos: solo lo que pasa, o especificando tan solo si quiero que algo quede reforzado. Y los textos ya escritos antes, para que el dibujante sepa lo que pasa con exactitud, para que pueda mover los personajes y los ángulos y todo lo demás.
El guionista es el autor de la partitura, y el dibujante es el virtuoso que la interpreta.
El guión es un proceso donde el escritor tiene que manejar una serie de elementos, donde ya ha madurado una idea, la ha estilizado, en algunos casos la ha reconvertido a partir de otro medio, de una bibliografía, de una idea. Y esa idea tiene que ser reinterpretada luego por el dibujante.
El guionista ya ha podado esos elementos antes de escribir el guión. Tiene que decidir de antemano qué funciona y qué no. Y lo tiene que condensar, pensarlo para un medio que es eminentemente visual. Eso para mí es muy difícil, porque soy un autor “de estilo”. Por eso últimamente diferencio las dos facetas en las que me muevo: el autor literario y el guionista de historietas. Por eso cada vez doy más importancia a la imagen, reconozco más la libertad del dibujante, y relego cada vez más la palabra.
Si no tienes nada importante que contar, no te esfuerces. Busca un guionista. Y si tienes algo que contar, busca la manera de ser original; búscale EL ÁNGULO con el que hay que contar esa historia, igual que hay que buscar EL ÁNGULO con que se dibuja el plano. Hay que entregar un producto estilizado, hay que usar los muchísimos recursos narrativos que ofrece el medio…
Y hay que asomarse a otros medios. Hay que contar historias con la seriedad con la que se cuentan en el cine, o en la tele, o en la narrativa… pero haciéndolo para la historieta. Ya está bien de contar “cosas de tebeo”. Ya está bien de glorificar la violencia, el racismo, el machismo.
Hay que buscar un mensaje. Hay que elaborar una poética.
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