Fue una serie mítica de la televisión británica no estatal allá por los primeros años setenta, el reflejo de un pasado de nobles muy estirados y clase obrera a su servicio hecho con conocimiento, cariño, melodrama y enclave histórico. Los Bellamy en su mansión, los criados encabezados por el icónico señor Hudson abajo, como mandan los cánones. El inicio del siglo veinte, el hundimiento del Titanic, la Primera Guerra Mundial, el crack del 29, hasta el cierre de la mansión al filo de 1930.
Ahora, curiosamente, la BBC (dicen que a rebufo del éxito de otra serie independiente que bebe de la tradición de Arriba y Abajo, Downton Abbey) rescata el título, la mansión y el personaje de Rose y continúa, en tres episodios, el relato de ese mundo que está tan lejos y que al mismo tiempo configura tanto el presente.
Una nueva familia de aristócratas, jóvenes, conservadores liberales, arriba. Y una clase social de siempre que despierta, abajo. En tres capítulos solamente, y sin poder evitar la comparación con Downton Abbey ni con su encarnación anterior, algo que siempre es un reto y que parece que no ha hecho demasiada gracia al público inglés, nos ofrece una docena de personajes que, desarrollados en una serie futura, sin duda acabarán por tener el mismo carisma y el mismo atractivo que sus predecesores.
La serie es ambiciosa y la ambientación es apabullante (nadie parece recordar que la Arriba y Abajo original era un claro decorado estilo Estudio 1), pero lo que cuenta es, sobre todo, valiente. La mansión y sus moradores son parte de un momento histórico, y ese momento histórico queda delimitado en el principio y el final de los tres capítulos que la componen: el breve arco temporal que va desde la muerte del rey Jorge V a la abdicación de su hijo Eduardo. Y, en esos pocos meses, vemos cómo la sociedad inglesa coquetea con el fascismo que ya ha devorado a Alemania y otros países de Europa (no, no hay tiempo para hacer ninguna mención a España, pero se grita "¡No pasarán!" en la manifestación que precede a la batalla en las calles contra los camisas negras). Y quienes coquetean son, al mismo tiempo, las clases bajas, ejemplificadas en Harry Spargo, el chófer de la mansión, y las clases altas como Wallis Simpson (la amante del rey y del embajador nazi von Ribbentrop), y sobre todo la casquivana Lady Persephone: es paradójico cómo la historia de amor prohibido entre la joven dama rebelde y el criado se escuda en el nazismo como evocación de la libertad.
En apenas tres horas de narración se nos plantea un ambiente social y político al borde del cambio: los señores y los sirvientes están condenados a entenderse, a borrar barreras. Cada capítulo tiene un título adecuadamente polisémico y bellas alusiones visuales (el pajarillo, las canicas, el hilo de lana) que redondean la personalidad de los personajes. Hay momentos gestuales que luego interpretaremos como matices de carácter: Spargo desgarrándose la camisa negra para huir de los manifestantes que lo apalizan, la identificación por parte de éste de la criada judía que procede de otra clase social y otro país, la compleja personalidad de Persy, las dudas de George, futuro rey (que aquí, por cierto, no es tartamudo). El descubrimiento final del gran secreto de los Holland es también una forma de exorcisar pecados sociales. Unos monstruos que no son salen del armario y otros que no lo parecen huyen a Alemania.
La Segunda Guerra Mundial espera a la vuelta de la esquina, y ojalá que la BBC sea capaz de continuar la serie y mostrarnos cómo viven esos señores y esos criados el Blitz y el final, ya sí, de su época.
Comentarios (12)
Categorías: TV Y DVD