A pesar de las luces (muy bonitas por cierto) que intentan alegrarnos el ánimo e impulsarnos a la compra, me temo que este año advierto más que nunca que estamos en una ciudad triste que se desencuaderna poco a poco. Alertaban el otro día en la precampaña electoral de la cantidad de comercios que van cerrando, y aunque uno lo sabe y lo sufre, desconcierta siempre pasar por tal o cual calle y ver que de pronto han reconvertido un negocio de toda la vida o una baraja y un cartelito de “Se traspasa” te demuestran que la cosa está chunga.
Los hoteles de la provincia se plantean cerrar en temporada baja, y un vistazo a nuestro mini-paseo marítimo anuncia que el verano que viene tendremos todavía menos locales abiertos a menos que también se reciclen a otro servicio nuevo, si es que alguien se atreve. Porque hay que tener valor, sobre todo si encima se les va poniendo palos a la rueda de esto de intentar sobrevivir con tu negocio.
Es el caso de la calle Brasil. Una calle pequeñita, de paso, adornada de una buena docena de establecimientos históricos. Anda la pobre calle toda levantada, erosionada, en obras. Si los atascos para cruzar la avenida eran antes grandes en esa calle, ahora son ya monumentales Imposible el tránsito rodado en buena parte, imposible el tránsito a pie, que es lo peor. Una obra que sin duda supondrá una mejora a todos los niveles, pero que como toda obra se puede eternizar o, aunque no se eternice, pone en jaque a la salubridad comercial de la calle. Porque cuatro meses son muchos meses, y a ver quién es el guapo que aguanta a verlas venir, si ya digo que no se puede acceder a estos locales, en una calle que parece haber sufrido un bombardeo y con una obra que tendría que ir muchísimo más rápido de lo que va, aunque vaya a su ritmo.
Confiar en que pase el tiempo y todo vuelva a la normalidad es una entelequia que tendrán que sufrir en carnes estos comerciantes (pero no veo que ninguna voz patronal de la voz de alarma). A ver quién ha sobrevivido a la reforma cuando asfalten por fin. El recuerdo de la dinamitada zona comercial de Santo Tomás, que sufrió en carnes la supresión del paso a nivel, una obra que costó una pasta gansa y que se anuló enseguida, en cuanto se hizo el soterramiento de la vía del tren, acecha.
Habría que intentar que el impacto en los comercios fuera mínimo. Que luego seguro que en carnaval habrá quien se queje de que los caracoles del Nebraska este año saben a tierra.
Publicado en La Voz de Cádiz el 13-12-2010
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