Desde los lejanos tiempos de la gloriosa The Sweeney, el policial televisivo británico, llámese Inspector Morse o llámese Whitechapel, siempre ha tenido unas características propias que lo hacen enormemente atractivo, en tanto se muestra una sociedad cercana a la que no estamos demasiado acostumbrados a asomarnos (las diferencias entre continente e isla, ya saben ustedes), llena de elementos disonantes y hasta crueles.
Dicho de otra manera: si son ustedes de los que piensan que los bobbies británicos, por aquello de ser o haber sido una policía que no lleva armas iban a ser un grupo amable y educado, quítenselo de la cabeza. Si algo caracteriza al policial brit es, precisamente, la brutalidad de sus cuerpos de la ley y el orden, los fantasmas que rondan siempre por las cabezas de esos hombres y mujeres (recordemos qué bien ejemplificaba Life on Mars ese contraste de lo políticamente correcto de hoy con lo incorrecto de otros tiempos).
Luther recoge buena parte de toda esa estética y esa tradición, y lo hace mostrando un mundo cercano y lejano al mismo tiempo, inhóspito y frío, una frialdad que recoge perfectamente la fotografía y los abrigos y guantes de los personajes. Es curioso cómo series más juveniles y luminosas como Doctor Who, The Sarah Jane Adventures o incluso Misfits se empeñan en mostrar un clima primaveral (pese al frío que sabemos que sufrió Matt Smith rodando su primera temporada), mientras que el policiaco (Sherlock o Ley y Orden: U.K.) se regodea especialmente en el clima como elemento narrativo y hasta casi co-protagonista.
En seis capítulos individuales que trazan un arco que empieza y prácticamente termina, Luther nos cuenta la historia de un policía apasionado, brutal, inmenso. Idris Elba (de The Wire y pronto Heimdal en Thor) encarna con precisión y yo diría que incluso con ternura a este policía de la unidad de crímenes graves que ve cómo su mundo se desmorona alrededor y no tiene reparos (o si los tiene son siempre a posteriori) por saltarse a la torera las convenciones legales y el código de conducta al que lo obliga su oficio. Luther es, así, un detective en la línea de otros detectives, mitad investigador mitad cruzado, una mezcla, lo dicen los autores, entre Columbo y Sherlock Holmes, con un punto de Otelo que refuerza, en especial hacia la segunda mitad de la serie, lo shakespeariano de la historia.
El policíaco contemporáneo ha olvidado ya, quizás por desgracia, el crimen de guante blanco o las motivaciones egoístas para centrarse casi en exclusiva en los asesinos en serie y los psicóticos, una manera quizá de deshumanizar la presa y no meterse en berenjenales creativos. Luther tiene que vérselas con varios psychokillers en estos seis episodios, pero la gracia de la historia es que suele saber desde el principio quiénes son, y el relato suele ser cómo se las apaña para ponerlos al descubierto. Entre su joven sidekick Ripley, el eterno rookie recién llegado al cuerpo (Idris Elba se compara a Batman y equipara a Ripley con Robin), la jefa autoritaria que tiene que tomar partido no siempre agradable, los compañeros veteranos que tienen que apechugar con los errores propios y las decisiones apresuradas, Luther cuenta con el más extraño aliado que pudiera imaginarse, una asesina parricida, inteligentísima, que lo acosa y lo reverencia por igual, Alice, un papel que borda Ruth Wilson (que fue Jane Eyre, qué cosas) y que en ocasiones parece la contrapartida femenina de Hannibal Lecter... pero en bien hecho.
Les decía que el mundo de Luther se viene abajo, y es su ambiente familiar lo que se le hace trizas. La sempiterna historia de la mujer del policía incapaz de soportar sus tensiones y su mundo tiene aquí, en Zoe (interpretada por la bella Indira Varma, a quien vimos en Roma) y sobre todo en su amante Mark (interpretado por Paul McGann, el octavo Doctor) un curiosísimo punto de inflexión, en tanto ese involuntario menage-a-trois se plantea de un modo civilizado y adulto. Cuando los dos hombres se enfrentan por la misma mujer, es primero el amante quien golpea y no el policía, y cuando el policía pide que lo crean, el amante se pone de su parte. Es quizás lo que hace grande esta serie, por encima de los detalles gore y los asesinos psicópatas que en algún caso (ver el principio del tercer episodio) dan mucho miedo: cómo está contada por adultos y para adultos, sin concesiones fáciles a la galería ni la muerte como solución a los casos.
Dicen que preparan dos nuevos episodios. Ya están tardando.
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