La muerte es siempre cruel y lo mismo se nos burla por repentina que nos desespera porque es lenta. Se nos ha ido de pronto, en tres semanas, Jose María Rivas, o sea, la gracia y la vida del colegio, el niño malo del claustro, el que nunca estaba quieto y siempre tenía una broma a punto, un chiste a deshora, un comentario que hería poco porque estaba siempre adornado de risas. El profe de ciencias de tantas generaciones, el amigo de todos nosotros, ya llevaras treinta años corrigiendo exámenes o acabaras de desembarcar con legañas de experiencia y miedo al mundo.
Todos tenemos mil anécdotas de su paso protagonista por nuestras vidas, y contaremos esas anécdotas con una emoción que teñirá el humor de tristeza: su gusto espantoso en el vestir, sus aficiones monotemáticas a las que dedicaba el cien por cien de su tiempo hasta que las agotaba y las hacía a un lado: cuando le dio por aficionarse al carnaval de Cádiz, era el popurrí del cuñado Romualdo hasta en la sopa; cuando le dio por Les Luthiers, era tener que ir en peregrinación con él por todas las tiendas de discos que ya no quedan en busca de unos títulos que no tenían. Recordaremos siempre entre sonrisas aquella vez que se dio tal atracón de higos chumbos que a las puertitas de morirse estuvo. Las veces que nos invitaba a aquellas gambas al Don Pepe que tan bien le salían. El accidente tonto jugando al fútbol (era el portero) que estuvo a punto de costarle una pierna porque le pasó en el postoperatorio todo lo que no puede pasar nunca.
Un torbellino, el Rivas. Si descubría un bar donde las tapas eran exquisitas, no teníamos más remedio que acudir una y mil veces en romería. Si encontraba un sitio donde vendían jamón deshuesado y envasado al vacío, nos surtía a todos de paletillas deshuesadas... hasta que él se aburría, y ya los demás nos teníamos que olvidar de seguir comiéndolo. Lo mismo con las biscotelas, con los mostachones, con las aceitunas. Coleccionaba sellos y en los últimos tiempos se aficionó al sudoku. Cantaba mejor que nadie y era lo que podríamos llamar un bullita. Lo queríamos todos, nos irritaba a todos, lo soportábamos todos y lo añoraremos siempre todos.
No olvidaré nunca la cara de pasmo de Curro Vélez cuando JoseMari le preguntó dónde tenía los ovarios, después de haber explicado el tema. Y Curro se señalaba las rodillas y decía "¿aquí?". La semana pasada misma conté en clase la anécdota, no sé si real o apócrifa, donde tuvo a unos alumnos de COU copiando durante una hora la clasificación de los seres vivos, para abroncarlos luego porque nadie se había dado cuenta de que aquello era una clase de geología.
Era el presidente vitalicio de nuestra peña gastronómica, que imagino que ahora se reunirá mucho menos sin su presencia. Hoy el mundo es más triste y más feo. Si nuestro otro gran compañero Juan Carlos era Machado, Rivas era Quevedo: astuto, pícaro, irónico, entrañable, exagerado en todo lo que fuera amar la vida.
Se nos ha ido en tres semanas y todavía no nos lo creemos. La muerte es una putada cruel, una broma injusta.
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