Nos mola la coca-cola. Y los pantalones americanos, a ser posible de botones. Y, desde hace un tiempito, las sudaderas con capucha tipo Bronx y los gorritos de lana. Todos sabemos bailar a ritmo de rock (en Cádiz todavía quedamos los que nos resistimos a bailar las sevillanas), usamos internet y hemos jubilado el walkman a favor de los i-pods. Vemos series de televisión yanquis, y hasta las imitamos. Hay quien madruga para ver los partidos de la NBA y la chavalería sueña con ser el tercer hermano Gasol. Hemos llamado cómics a los tebeos. Los pinchadiscos ahora son DJs. Una nueva generación canta canciones a ritmo de rap. De niños, antes, jugábamos a los cowboys y hubo una época en que quisimos ser astronautas. Leemos best-sellers fabricados al otro lado del charco imperial. Llamamos “rebeca” a una prenda porque la vimos en el cine. Fumamos (o no) tabaco rubio, comemos hamburguesas y hot dogs. Y hasta la iglesia ha cogido canciones de Bob Dylan y las ha adaptado al culto, metindo por medio algún ”u-u-uh” característico.
Somos ciudadanos de la nueva Roma. O sea, del imperio, ése que ahora tiene a la cabeza a Obama y que en realidad nos sospechamos que está dirigido, como todo, por un puñado de peces gordos reunidos en anónimos consejos de administración. Estamos colonizados social, económica, culturalmente. Y en una gran medida, oigan, nos gusta.
Pero, ah, quietos paraos, llega la fiesta esa, Halloween, y poco menos que estamos dispuestos a sacar los antidisturbios a la calle. “¡No es nuestra tradición!”´, se rasgan las vestiduras incluso los progres (tampoco es yanqui, es celta). “¡Disfrazarse de muerto viviente o de bruja es pecado!”, replican los tontos del haba que sólo ven el talibán en el ojo ajeno.
Es una guerra perdida y además es una guerra idiota. Un día al año, nuestros chavales imitan lo que ven en el cine, igual que lo hemos imitado nosotros cuando teníamos su edad. Porque es divertido. Porque no hace mal a nadie. Porque somos ciudadanos de un imperio y eso nos acerca a creer que algún día controlaremos nuestro propio destino. Como cuando usamos zapatillas nike y nos ponemos pantalones vaqueros o aprendemos inglés para encontrar un puesto de trabajo.
¿De verdad que molesta tanto que unos chiquillos se pinten la cara y jueguen una noche al año?
Publicado en La Voz de Cádiz el 1-11-2010
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