Aunque ya parece que alguna de nuestras teles de pago se va enterando, el final de septiembre marcó, allá en el Imperio, el principio de la nueva temporada televisiva, esa donde las series que ya conocemos empiezan la lucha para ser renovadas una temporadita más, y donde series nuevas intentan abrirse paso a codazos y revalidar la permanencia, cosa que no siempre consiguen porque a alguna de ellas las barren de la programación a la tercera o cuarta semana en antena.
Siguen las series de humor que ya conocemos, Cómo conocí a vuestra madre, y The Big Bang Theory, que no acusan cansancio aunque uno quisiera, de verdad, que Ted conociera ya de una puñetera vez a la madre de sus (pánfilos) hijos, y vuelve Big Bang, y vuelve fuerte, con un asunto amoroso, más o menos, para el insoportablemente divertido Sheldon, un alma gemela interpretada nada menos que por aquella Blossom adolescente, fíjense ustedes qué cosas. De la nueva hornada de comedias sólo le he echado un vistazo a la nueva serie de William Shatner, Sh*t, my Dad says, donde el ex-capitán Kirk y ex-Denny Crane se convierte en un viejo cascarrabias, trasunto neocon de nuestro Martínez Soria, rodeado por un par de hijos algo inútiles y un mayordomo gay que le da la réplica.
En el terreno de lo fantástico, como no sigo ni las Crónicas Vampiras ni los folleteos de la reina de las hadas, sólo les puedo decir que Sobrenatural comienza una sexta temporada, de momento bastante sobresaliente, olvidado el bajón anticlimático que supuso la temporada anterior. Ya comentamos aquí que el arco narrativo del apocalipsis no estuvo a la altura, quizá por haber sido estirado en exceso, y aunque se acusó un tono de cansancio y de dar carpetazo, la renovación de la serie y el cambio de guionistas y productores ejecutivos ha sabido, al menos de momento, hacer un back to the basics que recupera la química entre los dos hermanos, olvida o rescata cuanto le interesa de la continuidad, juega a invertir los roles entre Sam y Dean (ahora Sam es el angst violento y Dean ha probado cómo es la vida familiar que nunca tuvo y que quizá no vuelva a tener), rescata a un grupo de cazadores, parientes liderados por el abuelo redivivo, y al menos en dos de los cuatro episodios emitidos hasta el momento, con la vuelta de la política del monstruo de la semana, nos encontramos con escenas contadas en paralelo, y apoyadas por la música, que son absolutamente magníficas. El cuarto episodio emitido este mismo viernes, dirigido por Jensen Ackles (o sea, Dean), es una de esas joyitas de toda la larga andadura de la serie, centrado por esta vez en el viejo Bobby Singer (Jim Beaver), con apenas un par de cameos de los Winchester, y donde se mezclan sabiamente la crueldad inherente al oficio de cazador, el terror, la ternura y el humor.
Como no me van las historias de médicos, más me entretienen las policíacas y las de abogados. La mezcla de las dos, fórmula repetida en varios lugares del mundo ya, parece que funciona en la incombustible Ley y Orden, que ahora contraataca con una Ley y Orden: Los Ángeles, donde con una estética luminosa que recuerda a CSI Miami, nos encontramos el equilibrio entre los policías de homicidios y la fiscalía para contar casos que a veces son inverosímiles y a veces no. De momento, igual que todas las demás series de la casa, pero es una gozada ver a Alfred Molina haciendo de fiscal, sin duda lo mejor del spin-off.
Los policías siguen de moda, claro, y una nueva serie lo recuerda: Blue Bloods, o cómo contar las historias de costumbre centrándose en una familia de irlandeses policías, con el abuelo jubilado, el padre jefe de la pasma neoyorquina, un hermano detective de homicidios, una hermana abogada, el hermano menor rookie y un hermano muerto en acto de servicio, o quizás asesinado a traición por grupos invisibles dentro del propio NYPD. La puesta en la pantalla chica de Cuestión de honor parece evidente. Tom Selleck, el padre, le da una dignidad que no esperábamos a su personaje.
En el mundo de los abogados sigue The Good Wife, esa mezcla de serie femenina con protagonista femenina y casos límite, con un personaje secundario, Kalinda la detective bisexual, que merece para ella sola una serie en exclusiva. Se suman al carro Outlaw, una especie de Shark de izquierdas, interpretado por Jimi Smith, que renuncia a su pasado ultraconservador y un puesto en el Tribunal Supremo para abrazar causas imposibles. Sólo he visto de momento el primer capítulo, y les confieso que los motivos para la epifanía ideológica de Smith (ultraconservador en teoría) me parecieron un tanto peregrinos.
En la línea de enfrentar a fiscales contra abogados defensores, The Whole Truth parece que intenta centrarse más en cómo en un toma y daca continuo unos y otros rebuscan elementos en sus respectivos casos que en el juicio en sí mismo, al que apenas se dedican unos minutos finales. Quizá por lo poco atractivo del casting, se rumorea que la serie ha sido cancelada ya en el tercer episodio.
De abogados es, de momento, la serie más divertida de la temporada, The Defenders, que usurpa el título de una serie clásica y que, en Las Vegas, nos presenta entre drama y comedia la historia de dos socios, interpretados por Jim Belushi y Gerry O'Connell, que remiten claramente a Alan Shore y Denny Crane y al espíritu entre jocoso y revolucionario de Boston Legal. La química entre ese maduro Belushi con problemas de conciencia y el juvenil y algo tiburonesco O'Conell es magnífica, y la serie resulta entretenida y se merece seguir explorando ese mundo turbio de dinero y pobres diablos que se citan sin querer en una ciudad que es, en el fondo, un parque temático para adultos.
Lo mejor de la temporada, sin dudarlo, Boardwalk Empire, serie de título dificilísimo de pronunciar y aún más de escribir sin trabucar la o y la a de sitio, como acaba de pasarme al teclearlo. O sea, el imperio del paseo marítimo, si acaso, la historia de Atlantic City desde el principio de la Prohibición. Steve Buscemi está que se sale en un papel que hace setenta años habría sido sin duda de James Cagney. HBO, naturalmente. O sea, sangre y tetas y felpudos si hace falta, una música rescatada de la época que es excepcional, un fresco de la América que hemos conocido a través del cine que se refuerza con la perspectiva histórica y donde los personajes reales se mezclan con los ficticios. Creada por Terence Winter, una de las almas de Los Soprano, tiene un piloto admirable dirigido nada menos que por Martin Scorsese, que se encuentra en su salsa en este mundo. Tan brillante es ese primer episodio que los demás palidecen por comparación, pero es que ese es el sino de los genios.
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