Se cumplen cincuenta años, que se dice pronto, desde que Hanna-Barbera (que no era una abuelita de las que hacen calceta, sino dos productores que venían de hacer Tom y Jerry y se llamaban William y Joseph) ofrecieron por primera vez al público una serie de dibujitos animados diferente: Los Picapiedra.
Fue quizá la última gran muestra de ese género que ha mutado tanto que ya no es reconocible: la comedia americana, una buddy movie televisiva que contaba la historia de dos amigos, Pedro y Pablo, que bien podrían haber sido el equivalente dibu de Walter Mattau y Jack Lemmon. Comedia de enredo en veinte minutos, esposas encantadoras y dominantes al mismo tiempo, y sobre todo el juego de trasladar todos los elementos de la sociedad de consumo a una improbable Edad de Piedra.
Los españolitos que ya no conocimos el racionamiento y si el pan con chocolate en la merienda veíamos cómo se mostraba ante nuestros ojos una sociedad que reproducía punto por punto aquello que no teníamos pero anhelábamos: un perro que era un dinosaurio, un pájaro que con el pico hacía sonar los discos, caracolas en forma de teléfono, y aquella otra cosa que nunca vino, el triturador de basuras debajo del fregadero. Los Picapiedra nos enseñaron el american way of life que luego sería nuestro, y que adaptaríamos más o menos a lo que teníamos cerca: la cultura del ladrillo (Pedro trabaja en una cantera), la liberación femenina (menudas eran Willma y Betty), las crisis familiares y de amistades, la llegada de los hijos, y la sátira a las suegras y los jefazos, y hasta las peñas carnavalescas que conocemos cerca en aquella logia de los Búfalos Mojados que tanto mosqueaba a las parientas.
Incluso se nos han quedado cosas en el idioma gracias a estos personajes: a los coches viejísimos los seguimos llamando troncomóviles, cuando nos enfrentamos a un filete de proporciones pantagruélicas decimos que son de brontosaurio, y quien más quien menos cuando sale del curro piensa o exclama aquel “Yaba-daba dú” famoso que Pedro liberado experimentaba en cuanto sonaba la sirena que era un papagayo al que le tiraban de la cola.
Los Picapiedra fueron la primera radiografía sarcástica y amable de lo que éramos. Cincuenta añazos, y usted que los vea.
Yo los sigo prefiriendo a los Simpson.
Publicado en La Voz de Cádiz el 3-10-2010
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