Era tan guapo que tendría que habernos caído como el culo, pero cultivó siempre esa vena de caradura simpático que hacía que el espectador (del masculino hablo, el femenino no tenía problemas) se lo perdonara casi todo, como si fuera el vecino o el pariente golfo del barrio, ese que iba siempre impoluto y nunca evitaba los líos de faldas. Bernard Schwartz, de nombre original, trabucó su identidad de chico judío por la de galán italo-neoyorquino, dueño de una belleza delicada y unos ojos azules que contrastaban enormemente con su pelo ensortijado y muy negro, como de pícaro o príncipe de las mil y una noches. Dijo el otro gran cómico, Cary Grant, que hacía de Cary Grant mejor que él mismo, y pueden ustedes escuchar su imitación si disfrutan en versión original de una de las grandes obras maestras que Tony Curtis hizo, Con faldas y a lo loco, donde no tuvo reparos en travestirse, engañar con malas artes a Marilyn Monroe y decir, una de las grandes boutades de todos los tiempos, que besarla era como besar a Hitler.
No temió enfrentarse a los grandes actores de su momento: el propio Cary Grant, un par de veces con el enorme Burt Lancaster, otras tantas con el no menos importante (y quizá ya el único que nos queda), Kirk Douglas. Fue cruzado improbable en una película de mi infancia, Coraza Negra, se subió a un trapecio por amor compartido por Gina Lollobrigida, soportó viajar en un submarino pintado de rosa y no supo decidirse entre caracoles y ostras antes de descubrir que también él era Espartaco. Fue vikingo a la fuerza, se sumó o inició la moda del surf, huyó campo a través encadenado a Sidney Poitier, se casó con Aleta (y con un montón de mujeres más, por cierto), fue hijo de Taras Bulba, participó en una carrera de autos locos, se ahogó haciendo de Harry Houdini y no tuvo ningún reparo en ser uno de los primeros psicópatas asesinos de la historia del cine y estrangular en Boston a toda mujer que se le pusiera por delante en una película de gramática prodigiosa que habría que reivindicar ya mismo.
Se dobló a sí mismo en su parodia de los Picapiedra, tuvo que pasárselo de miedo rodando aquella serie de Los Persuasores con su colega Roger Moore, nos dio a una hija que nos puso tibios en su strip-tease ante el gobernador de California y siempre, siempre, nos quedará la duda de cómo les fue a Joe, Jerry y Sugar después de escapar de Florida, cuando los alcanzara la crisis del 29.
Johnny Hazard habría tenido en él a su intérprete perfecto.
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