No gana uno para disgustos con esta historia del Bicentenario. O sea, lo del 12, eso que nos va a cambiar la ciudad de arriba a abajo de aquí a menos de dos años y que cada día parece más una de esas quimeras que perseguían nuestros antepasados.
La penúltima es la renuncia de Arturo Pérez-Reverte al comisariado de esa exposición fabulosa de la que, me temo, nunca más se va a saber. Habrán ustedes leído su carta de renuncia, habrán leído las justificaciones de unos y otros, y habrán visto que después de decir digo donde dijo Diego, parece que no se va a decir Diego donde se dijo digo. La verdad pura y dura es que nos hemos quedado sin Arturo Pérez-Reverte, y sin su coordinación para esa exposición que, ciertamente, sí que tenía buena pinta. Y nos hemos quedado sin Arturo sin saber muy bien por qué.
Extraña que Pérez-Reverte, con la de tiros que tiene dados (o más bien recibidos) y lo que suele largar cada domingo en El Semanal contra la clase política en general, con comentarios que tanta gente suscribe, acabe picando y decida colaborar con lo que, fiestas aparte, está claro desde hace años que es una merienda subsahariana entre partidos. Extraña que no supiera que en Cádiz todo se hace tarde y mal, o no se hace, o se contenta quien propone con salir en la prensa proponiendo y luego no haciendo: vale más el titular que el trabajo hecho. Extraña que hable de año y medio de trabajo, imagino que lapsus teclae, cuando el anuncio de su cargo de comisario a la prensa se produce hace medio año. Y extraña que no sepa que este país nuestro enaltece para después pisotear, que ya quedaron atrás las adhesiones inquebrantables y el trabajo de la oposición es pedir explicaciones y que hagas lo que hagas siempre habrá descontentos que te pondrán verde porque nadie es intocable. Le pidieron cuentas al Gran Capitán y en Cádiz abucheamos a Paco Alba en el Falla cuando curiosamente presentó la mejor de sus comparsas.
Nos quedamos sin embajador y es una lástima. Así somos. De verdad que casi apetece que llegue ya el 12 más uno y podamos mirar a toro pasado qué nos queda sin los espejismos que nos quieren hacer creer que vamos a ser diferentes y hasta mejores. No tenemos remedio.
Publicado en La Voz de Cádiz el 13-09-2010
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