Tradicionalmente, el verano es esa época en que las ciudades se vacían y las zonas de ocio se llenan. Se reducen al mínimo las redacciones de los periódicos, y como en cualquier guerra mundial que hayamos conocido, los puestos de trabajo se sustituyen por estudiantes en prácticas. A veces, esos estudiantes en práctica son jóvenes aficionados a la música, o a la tele, o al cine, o al rol, o a los tebeos, y como hay que rellenar páginas (también, ya saben ustedes, se rellenan entrevistando al novelista local o al dibujante de cómics de la zona) tienen rienda suelta para dar cancha a su afición. A veces, por cierto, no es afición ni nada, sino percepción de que puede haber un público lector (sobre todo por internet) que les garantice equis entradas en la cuenta de la página. Por eso, en tantísimas ocasiones, todos esos artículos de los que nos vanagloriamos los fans de los tebeos son tan light, tan poquita cosa, tan poco informados, con tantos errores de bulto. Y por eso, aunque nos vanagloriemos de ellos, uno duda de la actualidad que tiene, hoy por hoy, hacer una glosa en prensa de Born Again o de Maus, tebeos que tienen ya la tira de años. Es como si hoy un crítico musical llenara las páginas de música, sin venir a cuento, haciendo reseña del Marinero de luces de Isabel Pantoja.
A la acción la acompaña siempre la reacción. En verano, además, en la prensa, son comunes las serpientes de verano. Y la serpiente acaba de saltar hace un par de días, primero en El Mundo, creo, y luego en toda la prensa. Con una frase definitoria, dura, de las que joden mucho porque ya sabemos que todo el mundo es fascista menos nosotros mismos: los superhéroes son violentos. Y no sólo eso, son un mal ejemplo para los niños.
Maticemos: no sólo somos como creemos que somos. También somos como el mundo nos ve, como el mundo cree que somos. La percepción que de nosotros se tiene, ya sea en el mundo del trabajo, en el mundo de las relaciones afectivas, en el mundo de las relaciones sociales, marca enormemente nuestra personalidad. Te joda o no te joda, si aquella rubia sigue pensando que eres idiota, lo seguirás siendo. Y no ligarás con ella.
Los lectores de tebeos, por tanto, han (hemos) reaccionado todos a una contra el artículo de marras, contra la joven periodista que confunde el parentesco de Peter Parker con su tía May. Y, naturalmente, negamos la mayor: la negamos dos veces. Los superhéroes no son violentos. Y, si lo fueren, no son para niños.
Vamos a ver, seamos sensatos: los superhéroes sí son violentos. Lo han sido siempre. Y son machistas. Lo han sido siempre. Y son para niños. Lo han sido siempre, hasta que los niños decidieron que no les gustaban los tebeos, o hasta que la sociedad de mierda en la que vivimos decidió sangrar a los padres de los niños con otras ofertas de ocio mucho más caras que los tebeos, pero que los tienen más tiempo callados mientras ellos hacen sus declaraciones de hacienda o sus sudokus. Los que sobrevivieron a la afición, o sea, nosotros, seguimos comprando tebeos y seguimos creyendo que los tebeos se hacen para nosotros, y por eso no nos importa que los personajes se corran a gorrazos, que sean chulos, altivos, de culito prieto y mueca despectiva, que bajo el marchamo de "somos adultos" nos vendan historias que no tienen ni pies ni cabeza desde un punto de vista narrativo y que no se sostengan desde un punto de vista moral. Lo hemos dicho ya tantas veces desde dentro, pero sigue jodiendo que nos lo digan desde fuera: si el héroe y el villano no se distinguen en sus acciones, es que hemos perdido la brújula. Y conste que no creo que, necesariamente, toda historia tenga que ser una morality play. Pero llevamos más de veinte años tragando ruedas de molino, aceptando una ideología nefasta, unos personajes repulsivos, sin que nadie haya dicho ese no es el camino. Porque somos adultos y eso, a nosotros, no nos afecta.
El artículo en cuestión está equivocado, y mucho. Sigue creyendo que estamos en los años sesenta, cuando los tebeos vendían una barbaridad, cuando los superhéroes estaban en la cresta pop de la ola, cuando había millones de niños que, sí, querían ser Superman, o Batman, o Spider-Man. Cuando los tebeos eran eso que fueron y ya no son: parte de la cultura de masas. Si hoy los niños que menciona ese artículo, los millones de niños, ahí es nada (con tiradas, lo saben ustedes, de cincuenta mil ejemplares mensuales si eres un éxito medio decente, no olvidemos la cifra) quieren ser superhéroes es porque no han leído los tebeos de superhéroes. Entre otras cosas porque los tebeos de superhéroes no se entienden ya, no valen como ente aislado, no empiezan ni terminan, no ofrecen más que diez minutos escasos de lectura y la diversión ni siquiera está asegurada al hacerlo. Si los niños de hoy quieren ser superhéroes (y en el término superhéroe ya vemos que en los media de hoy entra todo, desde Iker Casillas a Fernando Alonso pasando por personajes como El Capitán Trueno o Spirit, que nunca lo han sido) es porque lo ven en los cines y en las teles y en las pantallas de sus máquinas recreativas.
Los superhéroes ya no son privativos de los cómics. Es más, los cómics existen ya solamente porque los superhéroes dan el salto, y lo dan económicamente bien, a otros medios. Los superhéroes son iconos de una cultura (o una subcultura) que un día nos perteneció y a la que ya no pertenecemos. En la tienda de todo a unos pocos de euros que tengo debajo de mi casa puedo ver toallas, sombrillas, bañadores y balones con la figura de Spider-Man. Dibujos de Steve Ditko y de Ross Andru, nada menos. A su lado, toallas, sombrillas, bañadores y balones de los Transformers, o de Ben 10, o de Toy Story. Cuando yo era niño, ¿qué no habría dado por tener una toalla de Spiderman? Hoy los superhéroes son, para los niños, eso que ven en lo que los rodea, pero que no han leído, y posiblemente no lleguen a leer nunca. El cine, sobre todo, los ha fagocitado, el dominio del efecto especial los ha llevado a nuevos niveles de espectacularidad... y, sí, de violencia.
Los cómics son violentos. Pero es que los media venden violencia. Vean ustedes cualquier serie de persecución policial, cualquier historia de asesino psicópata (algún día, lo prometo, reflexionaremos sobre esa moda) y verán que el lenguaje cinematográfico nunca, jamás, analiza la cuestión, no aborda el problema, no reflexiona ni saca conclusiones: simplemente, lo descabeza. Cualquier buena película policíaca, cualquier thriller de acción sólo puede terminar con la muerte violenta del malo. Muerte, por cierto, que siempre se repite un par de veces antes de que aparezcan los títulos de crédito.
La violencia permea la ficción. A veces la violencia es de mentirijillas, porque no muere nadie o en todo caso muere nada: recuerden al Equipo A: un millón de cartuchos disparados y ninguno herido. Recuerden Star Wars: las épicas batallas galácticas de la primera trilogía son entre robots y clones, gente que no vive, que no tiene alma. Puedes hacer saltar por los aires dos mil Transformers, pero no importa la violencia: sólo son lata.
Los superhéroes son violentos. También lo son Mortadelo y Filemón. También lo son los manga. También lo son los viejos cortos de Charles Chaplin. Como guionista ocasional, me jode un tanto tener que incluir en cada tebeo la peleíta de marras, la justificación al espectáculo, el peaje. Como lector, lo he dicho ya, y lo he dicho siempre, me fastidia mucho más que se hayan nublado las fronteras, que las editoriales sigan sin saber a quién venden su producto, que no sepan siquiera cuál es ese producto, que hoy los personajes sean liberales de izquierda y mañana sean unos fachas redomados, que estén glorificando, sí, actitudes chulescas, desmedidas, patrioteras, donde se insulta al enemigo o se lo deshumaniza. No se aprendió la lección del 11-S, tan dolorosa, y se reforzó esa especie de doctrina Monroe que nos invade desde los años ochenta.
Rorscharch, lo decían Moore y Gibbons, no era un ejemplo a seguir, sino a evitar. La industria del tebeo, naturalmente, no los comprendió, o no les hizo caso. Lo que importa es el dólar. La ideología viene luego. Y la calidad. No nos rasguemos las vestiduras si nos dicen que consumimos una ética reprobable. No nos escudemos en que los tebeos no son para niños. El medio es demasiado grande para quedar en manos de tres descerebrados fascistas y un solo género consumido en sí mismo.
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