A veces jode un tanto que el más listo de la clase copie en los exámenes. O que lo sorprendamos copiando, porque copiar, lo que se dice copiar (repasen ustedes los videos señalados dos posts más abajo) copiamos todos. Igual que hacemos trampas en el juego. El problema es cuando se nos nota.
Y a Christopher Nolan, que deslumbra con su nueva película, se le notan mucho las influencias si sabe usted de dónde vienen. Y vienen, claro, de Philip K. Dick: Ubik está en la base de toda esta historia tan emocionante como visualmente potente. Pero vienen también de los cientos de tebeos de la Patrulla X en la sala de peligros virtual, y vienen de la holocubierta trek, y vienen también de aquella historia de Superman, tan repetida luego, de El hombre que lo tenía todo. Y vienen de Matrix y del ciberpunk y de todos los relatos y tebeos de realidades virtuales, aunque aquí las realidades virtuales sean soñadas y no haga falta más que un pinchazo y un arte de birlibirloque mágico, nunca explicado, para que los protagonistas, un Equipo A de arte y ensayo, compartan sueños y capas de cebolla dentro de los sueños.
La película es impactante a nivel visual, ya les digo, y tiene una primera hora de sombrero. Luego, me temo, cae bastante en lo previsible: Nolan, quizá en un empeño por demostrar que quiere ser el primero de la clase, intenta jugar al más difícil todavía, a rizar el rizo de las percepciones y a cuestionar la realidad, y lo hace pronto, y torpemente, y se le ven las cartas desde la mitad de la película. Lo que pudo haber sido un divertido juego a lo Ocean's Eleven (pero les reconozco que yo entendí mejor esta película que las hazañas de los Ocean's y sus deus ex machina informáticos) se convierte en una larga película de James Bond, en tres largas películas de James Bond, donde no sorprende más que la poderosa fuerza de las imágenes, pues no queda chance para la duda. O al menos aquí al que firma, perro viejo en flashbacks y en destapar capas de cebolla, no se la quedó.
En el fondo, historia de sueños compartidos y realidades que lo mismo ni lo son aparte, estamos ante una historia de timadores donde Leonardo di Caprio, su grupo de ganchos y la post adolescente Ellen Page (atentos que se llama Ariadne) tienen que embaucar al primo de turno y van solucionando problemas por el camino: como los de Leverage pero con gran presupuesto, vamos. La película recuerda inevitablemente a un videojuego donde los personajes tienen que subir o bajar de pantallas y realidades. Para mi gusto, sobra la escena primera del encuentro con el anciano y se alarga en exceso la aventura bondiana en la nieve, y echo de menos, quizás porque no pude evitar pensar en cómo se trasladaría la idea de las capas de sueños dentro de sueños dentro de sueños a la historieta, un mayor atrevimiento formal a la hora de contar las tres historias, más allá de los insertos en paralelo: me habría gustado ver pantallas divididas, la escena de la caída de la furgoneta al agua en ralentí mientras las otras se desarrollan... ese tipo de cosas. Pero claro, uno comprende que si el personal sale de los cines con carita de no haberse enterado de nada, tampoco vamos a pedir que se invente el cubismo para contar esta historia.
Divertida, majestuosa, con un doble doblaje infame (el del magnate japonés que habla como si fuera albano kosovar y el de la francesa que habla como si tuviera anestesia en la boca), con sus homenajes a 2001 y a Citizen Kane, Origen (o Inception en inglés, una palabra que intenta complicar una historia que no lo es tanto y que en español queda a su vez quizá demasiado simplificada) es un juego de espejos, un triunfo de los efectos especiales al que quizá sobra ese deseo de dar una última vuelta de tuerca, o de hacer girar ad infinitum una peonza.
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