De los homenajes encubiertos de Gil Grissom a los trasvases más descarados como House o El Mentalista, la televisión, antes que el cine, lleva años demostrando que el icono de Sherlock Holmes sigue funcionando y fascinando como lo hiciera desde sus aventuras en papel o sus otras adaptaciones a la pantalla. Hemos aprendido a asociar la figura del detective consultor y su galeno adláter con eso que los ingleses llaman "victoriana", aunque ya el cine, de la mano de Basil Rathbone, lo pusiera al día en su momento e incluso alguna adaptación posterior, con Roger Moore como improbable Holmes, lo acercara a nuestro tiempo.
Steven Moffat y Mark Gatiss, verdaderos fanboys del personaje, antes de que la película de Ritchie demostrara que se puede adaptar la imagen pero no el espíritu de las viejas historias del detective (o lo mismo sí se pudo), demuestran que no es el decorado lo que nos atrae, ni siquiera los misterios, sino la química de los personajes, la interrelación entre Holmes y Watson y su plantel de personajes secundarios.
¿Se podía adaptar todo ese lore al Londres contemporáneo? ¿Podía funcionar la pareja en el mundo moderno, sin lámparas de gas ni carruajes, sin bruma ni aristrócratas metidos en líos, sin caballeros de levita y bastón ni niños de cara sucia deshauciados en las calles? ¿Cómo reaccionaría Sherlock Holmes, el detective consultor que todo lo sabe desde su desordenada habitación, a crimenes que hoy día se resuelven (o eso nos dice la tele) no cotejando huellas dactilares, sino explorando el ADN, con la magia moderna de los ordenadores y toda la cultura que, desde la tele, sí, hemos aprendido a asociar con una investigación criminal y su resolución? ¿Esa puesta al día sería un mero lavado de cara donde chirrirían personajes y situaciones, donde el público no versado (o peor todavía, el público versado) echaría de menos la lupa y la pipa y la gorra de cazador de patos y el abrigo de cuadros?
La respuesta es que se podía, y se ha podido. Y se ha podido bien. Holmes es, en efecto, una fuerza de la naturaleza, un superhombre, un arquetipo que hoy podríamos psicoanalizar y diagnosticar como hiperactivo, quizá. Pero el magnetismo de su personalidad, la velocidad (tramposa) de sus pensamientos, el contraste con un mundo al que no pertenece porque ni el mundo ni Holmes se comprenden mutuamente, siguen estando tan frescos como hace ciento y pico de años. Y no sólo eso: es más fresco ahora, en este mundo catódico donde las soluciones son tan improbables como tecnológicamente falsas (échenle ustedes un vistazo a CSI:NY, pura ciencia ficción ya), este "nuevo" Sherlock Holmes es igualmente electrizante, y mucho más fiel a otras versiones del personaje.
La serie, lo saben ustedes, se reduce a tres episodios nada más, hueco de programación de verano en la televisión pública inglesa. Pero, naturalmente, no queda ahí la cosa. Los episodios tienen noventa minutos, rara avis en el panorama de hoy, un arma de doble filo que permite, por un lado, regodearse en la complejidad de la trama y en las idas y venidas de los personajes, y que, por otro, nos obliga a ver el desarrollo de la trama con otra sensación del tempo televisivo. Si los fans de Doctor Who, la otra franquicia que maneja Moffat, se quejan de lo cortos que se hacen los episodios de apenas cincuenta minutos, en Sherlock tienen el reverso: quizá noventa minutos sean (al menos en el segundo episodio, el más flojo) demasiado largos.
Nada de eso importa cuando vemos que la puesta al día no desentona en ningún momento, sino que se llena de matices y de guiños, tanto a la mitología establecida del personaje como al mundo contemporáneo. Así, son terriblemente divertidas las alusiones a la supuesta convivencia homosexual de una pareja que no lo es, alusiones que comparte la propia y vital señora Hudson. Y, en especial, todo el juego de guiños que salpican los episodios, cómo Moffat, Stephen Thompson y Gattiss no se contentan con adaptar las historias de Conan Doyle, sino que crean argumentos nuevos llenos de pequeños guiños y referencias a lo conocido. Impagables detalles los de los parches de nicotina en los brazos de Holmes, el desprecio de la mujer policía que está convencida de que es un psicópata que tarde o temprano cometerá un crimen, o el smiley hecho a balazos contra la pared, versión contemporánea de aquella VR con las que el Holmes original aliviaba sus horas de tedio.
Es un Londres nuevo, un Londres de luces y frío (la serie está rodada en invierno), de emigrantes y edificios de neón. Un Londres, sin embargo, que es igual de misterioso y tenebroso (y rutilante y atractivo) que el Londres victoriano-eduardiano que todos hemos aprendido a asociar con el misterio. Por ese Londres no desentona la figura de este Sherlock pálido y nervioso que remite en muchos de sus gestos a Jeremy Brett y que modula la voz como Alan Rickman, seguido por un doctor Watson que ya no es el biógrafo oficial en revistas o libros sino en un blog (que está online, por cierto), y que es capaz de aportar su granito de arena en las investigaciones, sin ser un contrapunto ridículo o humorístico (salvo algún momento en el segundo episodio) pero conservando su capacidad de enamoramiento característica. Un detalle contemporáneo curioso es que, obviamente, los personajes ya no se llaman por sus apellidos (ni, espero, de usted en una posible emisión en España), sino por sus nombres de pila.
Benedict Cumberbatch sólo ha recibido parabienes de su interpretación: las peores críticas se la hacen a lo complicado y altamente jocoso de su apellido. Benedict ha dado a entender, por cierto, que estará presente en la nueva temporada del Doctor Who, y algunos especulan ya con que será el nuevo Master, detalle que si es cierto puede hacer que salten chispas interpretativas cuando se enfrente a Matt Smith. Watson cae en las eficaces dotes de Martin Freeman, mientras que el guionista y actor Matt Gattiss se reserva un jugoso papel que borda.
Sale Moriarty, en efecto, y es un Moriarty que a mí personalmente me gusta y me aterra (la voz en off del planetario en el último episodio, por cierto, es la de Peter Davidson, el Doctor número cinco).
La serie, evidentemente, continuará. Moffat es perro viejo y sibilino, y se le nota siempre la risita de fondo cuando hace declaraciones a la prensa. Nuevos episodios nos esperarán el año que viene, sin duda. La edición en DVD, que saldrá a la venta a finales de este mes (siempre UK, aclaro) incluirá el episodio piloto que no llegó a emitirse. Todo un detalle.
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