De comisería salió Torre con los ojos a cuadritos, acalorao y con mal cuerpo, con la impresión de que no se había enterao de la misa la media, como aquella vez que fue al cine a ver una película mu rara mu rara, donde al parecer, se lo explicó luego Angelito Fiestas, es que el director, que era un gracioso, había contado la historia patrás, como si tuviera el video estropeao, con to sus castas, con lo sencillo que es contar las historias en corto y por derecho. Po lo mismito que aquel momento, mira, sudores a chorros por la espalda, unas ganas locas de tomarse siquiera una cocacola a ver si podía poner en orden los pensamientos, que le picaba la oreja una cosa mala.
Porque vamoavé, que sí, vale, que al Kid Levante lo habían acusao de haberse cargao a su guayabo chino. Eso lo comprendía. Que lo había cogío la pasma con las manos en la masa, o justo después de darle matarile a la pobre mujer, y allí lo tenían, a la sombra, pero pasando caló, que no vea cómo se concentraba en el calabozo la caló y la humedad y el sudor a pies del Currito Galiana, que si venía a verlo otra vez le iba a tener que traer una pastilla de Heno de Pravia, una manopla y un bote de Fuss-Frish, porque aquí es que no se podía estar, cómo le cantaba el alerón, los pinreles, el aliento y hasta el pelo, que parecía que llevaba el nota sin remojarse los bajos lo menos seis días. Po venga, recapitulando, el tío se había enrollado con una chinita mona, que Torre la recordaba de cuando vendía cedés y rosas y nunca nadie le hacía ni puto caso, que el cubata es lo importante, o el partío de futbol en la pantalla plana del pub de maera, y ahora se le habían cruzado los cables, por la caló o por lo que fuera, y se le había ido la mano y la había dejado allí en el sitio, más muerta que muerta, pobrecita, y como en Cadi to se sabe y de to la gente se entera, ni le dio tiempo al Kid Levante de buscarse una coartada, ni de poner los pies en polvorosa, si no los había puesto ni en remojo, y lo habían trincado como se trincan los pulpos con marea baja, garabato pacá, pica y agarra, pa fuera y cascamazo que te crió, pa la saca.
Y no había más que hablar. Era lo que era. El beber o el fumar o las dos cosas, o el mal follar, o el choque de las dos culturas, que dime tú a mí de qué iba a poder hablar un hombre como el Kid Levante, de su vida íntima y social, del precio que tenían los pirulís o las papas que vendía en la playa, y qué le iba a contestar ella, en chino mandarín, el precio de los rollitos de primavera, lo caro que se estaba poniendo el wantún, o la malage que tenía comer arroz con palillos, que se te cae to por la parte del escote. Y con la ele, además, una guasa. O sea, ya se los imaginaba Torre a los dos, en la sobremesa, o en la sobrecama, pásame el mando a distancia, mi no complendel, que me traiga el Marca y me pela una pera, mi no complendel, adónde están los carzoncillos blancos, mi no complendel, usauña clic la nañaoe, qué dise carajo, ñaca. Que sí, lo que yo te diga, que cosas más raras se ven, que ni hace falta no entender lo que se dice pa que una pareja no se entienda, que por eso entre otras cosas Torre vivía más solo que el farero de las Puercas, y a mucha honra, sin nadie que le dijera que se había meao fuera del váter, ni que recogiera los platos, ni que no dejara las camisas sucias colgás del pomo de la puerta del salón. Antes, cuando Torre leía El Caso, a eso se le llamaba crimen pasional, que quedaba españó y tenía hasta su gracia. Ahora se le llamaba violencia de género o violencia machista, como si las mujeres no dieran cates también, o me va a decir tú a mí que el arañón que tenía Currito Galiana en el cuello se lo había hecho afeitándose, de qué, se lo habría hecho ella defendiéndose, que sale mucho en las pelis esas de la tele, la de los forenses que se dedican tol rato a abrir cadáveres mientras comen bocatas del tuperguear, o sea, heridas defensivas, la mujer se ve venir cien kilos de maromo cabreao, con navaja o con el cuchillo de trinchar la carne, o con el destornillador, o con lo primero que encuentre cerca, y qué va a ser, decirle por aquí, que me mata más fási. Po no, la mujer lo más normal es que se intente defender con lo que encuentre, el cuchillo de untar la manteca, la mano del mortero, los platos, el secador del pelo, y si no tiene ná cerca, o le falla la puntería, pues los dientes, o las uñas, que ya se sabe que las mujeres no saben dar piñas.
Y seguro que eso era lo que había pasado. Al Kid Levanté se le levantaron los celos, o la jumera le cayó como un tiro, y se pondrían a discutir de cualquier tontería, recordando como siempre en estas cosas peleas antiguas, y se le fue la mano y ella, lo natural, no se quedó quieta, y esta te la doy esta me la esquivas, qué iba a hacer una pobre china de metro sesenta contra un tío que aunque ya no estuviera en forma había sido boxeador, y por lo visto de los buenos, campeón de Andalucía como poco. Un puñetazo y la china a tomar por culo. Como ya había mandao a Torre a tomar por culo allá por marzo del año setenta.
Pero no encajaba algo. Y lo que no encaja era él. El Torre mismo. Cuarenta años y cuatro meses hacía que no hablaba con el Kid Levante, si es que había hablao alguna vez, aparte de darse de hostias con guantes de cuero y calzonas de colores, na más que pa cagarse en sus muertos con la boca chica si lo veía a lo lejos, porque en el fondo, lo sabía, era como si aquel mal puñetazo se lo hubiera dao a otra persona, y ahora le pedía ayuda a él. A él, precisamente, como si Torre pudiera echarle un cable, de dónde, y fuera la única persona en el mundo en la que pudiera confiar pa que demostrara su inocencia, con lo claro que estaba que se había cargao a la pobre china y lo clarísimo que estaba que el gañafón que tenía en tol pescuezo se lo había hecho ella misma, al defenderse de su ataque de celos o de hombría mal entendida.
No tenía sentido, que no, qué va. Si el Kid Levante había matado a su compañera, tenía que echarle cojones y aceptar que era un maltratador, un sieso manío, un cobarde, un mierda. Y alegrarse de que en España no exista la silla eléctrica ni la inyección letal, aunque algún ateese del Olivillo las ponga que duelan cosa fina, e irse preparando el culo pa cuando lo internaran en Puerto 2, que se lo iban a poner como una jopaipa, donde las dan las toman, toma, Kid Levante. Y llamar a un abogao, cojones, que no te enteras. Y contarle a tu abogao todo todito todo lo que hiciste, a santo de qué os peleasteis, porqué te dio por pegarle a la pobre mujer, mamón, qué te pasó por el molondro que no saliste por patas antes de que los vecinos llamaran a la poli y te pillaran con las manos en la masa. Porque a tu abogao, como a tu médico (los curas ya son otra cosa) hay que contárselo todo, que luego él es capaz de darle la vuelta y tirar de toga y liar a tol mundo y demostrar que ni tú estabas allí en el momento de autos, que tenías apadrinaos a dos niños en África, y que ni siquiera conocías a la china, que a quien él conocía era a otra, que son todas iguales, ¿ve usté, señoría? La china que mi defendido conocía era esa de allí, la que vende flores en la tercera fila del juzgao, Cho-Chín, saluda.
Pero allí había gato encerrao, algo más turbio, o quizá más sencillo, que ya nadie cree que las cosas sean sencillas y a to hay que darle tres o cuatro vueltas, porque las lágrimas de Curro Galiana parecían de verdad, o sea, no de puro arrepentimiento por haber matao a la pobre mujer, sino de pena honda, de esa que te aplasta el pecho y te exprime el corazón como un limón, la que luego te deja hecho una piltrafa y tienen que darte pastillas pa que te cure y te dejan más encarajotao todavía. Eran lágrimas de amor, un lloriqueo de injusticia. Y o Torre se estaba haciendo mayor o el caló lo afectaba también a él, o el Kid Levante se confundió de profesión y en vez de ser boxeador, patatero, repartidor de propaganda y quién sabe qué otras cosas tendría que haber sido actor, como Imanol Arias, y buscarse las papas con alcauciles interpretando obras de mucho llorar, dramas de esos donde muere hasta el apuntador y sales tú del teatro o del cine con los huevos de corbata y alegre de que esas cosas no te pasen, menuda guasa.
Era raro, ver a un hombre llorar de esa manera. Raro e incómodo, que los hombres ahogan sus penas en alcohol, ellos solos, en el rincón más alejado de la barra del bar, al lado de los urinarios y las tragaperras, y después de echar tú la pota o de que te echen a ti a la calle porque das el numerito, te vas de putas y te quedas listo, más o menos como el propio Torre hizo hacía año y pico, cuando cortó con él pa siempre pa siempre Patricia Plastilina, que sabía que era algo que tendría que llegar algún día pero por lo menos podía haberlo hecho otro día que no fuera su cumpleaños, chocho, que también es mala idea, que se esperaba de regalo un mamazo de impresión y al final acabó mamao de Marie Brizard en el pub A Bordo y cuando se despertó estaba en la cama de una negra del Camerún que no sabía ni dónde la había encontrao ni cuánto le había cobrado por la faena.
El Currito Galiana, un poné, era inocente. Y el carajote, en vez de decírselo a la policía, en vez de enseñar pruebas, en vez de confiar en su abogado, iba y le pedía ayuda a él. Y vale que Torre era un bullita, aunque tranquilote, y había sido capaz de descubrir qué cosa rara hubo detrás de la muerte de su amigo y jefe Pepito Fiestas, y de resolver con la inestimable ayuda de Angelito Fiestas el caso del rey mago psicópata, pero eran cosas que se le habían venido encima sin comerlo ni beberlo, que a él lo que le gustaba eran sus paseos por la playita, sus charletas de bar con los amigos, hasta sus ensayos con la chirigota ilegal, que algo iban a tener que hacer al respecto porque en eso del carnaval de verano de hacía dos semanas al final sólo se presentaron dos, el Juan Carlo, el propio torre, y la becaria de la beca orgasmus que había vuelto a Cadi na más que pal cachondeo, como volvía en carnaval, que no sé qué morbo veía la rubia en eso de que se la follaran to las noches en una casapuerta.
También sin comerlo ni beberlo le había venido esto en to lo alto. Demostrar que el cabrón que le había borrado veintitrés años de su vida era inocente del cargo de asesinato. Cómo te queda, po con la lengua fuera, cómo me voy a quedar. La policía estaba muy segura, pero lo mismo era porque estaban de huelga porque eran funcionarios y el recorte de Zapatero les había caído como un tiro, que ya se había enterao tol mundo que se podían hacer pirulas en la avenida y aparcar donde te saliera de los güitos porque estaban de huelga encubierta, de brazos caídos, o sea, más rascándose los huevos que de costumbre, y por eso daban por hecho que Kid Levante había asesinado a la china y sanseacabó, pa la trena del tirón, que investigue otro.
Po vale, otro iba a investigar. Torre en persona. Con dos cojones, aquí está el tío. Coño, que era una ocasión histórica. ¿No decían que en España no se había muerto nunca un chino? Pues ya había muerto una en Cadi, fíjate. Pal libro de los récords. Si no había sido Kid Levante el asesino, otro sería. Y si era otro, estaría por ahí la mar de tranquilote, pensando que se iba a escapar de rositas después de haber dejado en el sitio a la china Rosa. Y como no lo estaría mirando nadie, si era un psicópata como el rey mago, volvería a matar. Y si no lo era, cometería un error, que con la caló tol mundo mete la pata, que la caló no deja pensar, y el asesino siempre devuelve en el lugar del crimen, cuando lo trincan y le da dentera.
Venga, vámonos que nos vamos, a ver qué podía desenterrar de to esta historia. No lo hacía por Kid Levante, en realidad, sino por aquello de tener algo en lo que estar entretenío. A ver por dónde le salía la cosa. A ponerse a investigar. Pero lo primero era lo primero. Primero se iba a tomar una cocacola. O un valdepeñas.
(CONTINUARÁ, o lo mismo no)
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Categorías: Historias de Torre