Da caló, pero caló de verdad el levante. En Cadi, por lo menos, que una vez que fue a Algeciras y se bañó por cojones, que ganitas no tenía, allí donde la arena es amarrón y negra y se ve el pegote del Peñón al fondo (con lo bonito que es hacerlo viendo allá a lo lejos el faro y la cúpula amarilla de la catedral nueva), se tiró al agua así cuando le llegaba por poco más de las rodillas y se tuvo que salir al segundo, como el Coyote de los dibujos alimados de la tele, flotando sobre el agua y to, pataleando, que parecía que le habían clavo en tol cuerpo miles y miles de agujas puntiagudas. Y es que el levante en Cadi es viento de tierra, y es calentorro, y allí a lo que parece, en to esa parte, es viento de agua y llega más congelao que la paga que iba cobrando y que desde la puñetera crisi de los cojones le había reducido el vivir como un pachá entre un cinco y un doce por ciento, cómo te quedas.
Da caló el levante, pero peor todavía la calma chicha. Un sinvivir, en Cadi, en julio, que no sé qué iban a dejar pa agosto, que es cuando de verdad te asas. Ni dormir en calzoncillos con la ventana abierta, en el sofá, le aliviaba las penas. La botella de agua Solán de Cabras metida en una palangana con hielo a la vera, que ni ganas de levantarse pa ir al frigorífico quedaban, y el silencio de la noche, porque menos mal que Torre vivía allí en los Chinchorros y lo que tenía frente por frente era el cementerio, que esa gente hace botellón sin sonido ni algaradas, y con las carnes abiertas estaba el barrio entero cuando pusieran allí una plazoleta, que se iban a pasar to las noches de tol año, no ya el verano solo, todos los botellones y todos los yonkis de Cadi. O lo mismo no, que fíjate cómo estaba la placita esa de Carlos Díaz, vallada como una jaula de leones sin leones, y to levantá, que daba asquito, sin que nadie pusiera un duro para remodelarla ni buscara una llave pa abrir la verja, manda huevos, la plaza de un arcalde de Cadi, lo malas que son las venganzas políticas. Pero la cosa era que, ajolá, lo mismo con el coñazo de la crisi, que bien tendría Ozeluí que haberle consultado al Selu, lo mismo con la crisi y la falta de parné ni hacían la plazoleta allí en donde estaba el cementerio y todo el mundo seguía en la gloria, los vivos en la gloria de aquí y los muertos en la otra gloria, donde no daban por culo a nadie o por lo menos no chillaban ni cantaban carnaval a las cinco de la mañana.
Una caló espantosa, lo que yo te diga, lo mismo de día que de noche, a ver si iba a ser verdad lo del cambio climático ese, que el bigote decía que era un rollo y su mujé decía que era un poblema. Y lo malo que tiene la caló es que te deja por un lado chuchurrío, apamplao, con una macancoa terrible que menos mal que ya no había ni dique ni astillero ni puente nuevo de las narices donde hubiera nadie trabajando con un soplete a las tres de la tarde, otra cosa buena de la crisi, a lo mejón, pero dicen que con la caló, lo que son las cosas, los ánimos se exaltan y la gente se vuelve majareta y le da por matarse y esas cosas. A Torre cuando hacía caló, pero caló de verdad, como la de ahora, lo que se le apetecía era tomarse un valdepeñas fresquito, ponerse en gayumbos en casa viendo el tour de Francia (anda que no tenía que dolé na tené el sillín metío por tol sieso) y disfrutar de la fresquita abriendo todas las ventanas de la casa y colocándose el ventilador que compró en el moro por siete lerus, pero por lo visto había otra gente que sí, que el caló le hervía la sangre en las venas y se cabreaba por un quítame allá este palillo de dientes, Maruja no me pongas más puchero por tus muertos, porme priñaca, los toros son una salvajá o los toros son la seña de identidad de España. Argo tenía que habé, fíjate tú, porque allá en Guillén Moreno, el mes pasao, coincidiendo con la ola de caló, dos niñatos o tres que mataron a una pobre mujé por robarle el plasma. O sea, el plasma del televisor, no el plasma de la sangre que usan el las operaciones los médicos de la tele misma. Y cuando el mundial, de una tragantá, dejaron en el sitio a un hombre allá en el paseo nuevo, justito al lao del nuevo puente que a ver si lo terminaban y estaba Torre vivo pa verlo y pegarse un garbeo hasta el otro lao de la bahía. Por no mencionar a tos los hijoputas que le daban la del pulpo a las parientas o las dejaban en el sitio o se volvían más majaretas de lo que estaban y revelaban doce o tres niños muertos en el sótano de la casa, como la tía esa alemala que vio el otro día en el Canal Sur, que se embarazaba una tras otra y ajogaba a los chiquillos y el marío ni se enteraba ni ná. O dice que no se enteraba. Hasta pesadillas tuvo Torre aquella noche, joé, la puta alemala, o lo mismo le cayeron mal las papas con chocos que se zampó en ca Miguelín, que estaban de categoría.
Dicen que hay hasta estudios sobre eso. Los efestos del caló en la agresividad humana. Y to por no ponerse un ventilador y quedarse en gayumbos con las ventanas abiertas. Torre era de natural pacífico, aunque se hubiera ganado dos veces la vida a base de tortas, la primera en el boxeo, allá por los setenta, en el Portillo, hasta que un puñetazo mal dao en la sién lo dejó sin memoria y sin pasado. Y después, más o menos recuperao, haciendo de chico para todo de Pepito Fiesta, que en gloria esté, aunque su gloria tendría que ser submarina, ya que lo habían quemado y esparcido las cenizas por la bahía, que si hubiera estado enterrao allí abajo, en el panteón familiar, capaz era aquel de salirse to las noches a pedirle a Torre que le pusieran un coñac o le fuera por tabaco rubio, que San Pedro era socialista y no dejaba fumar en ninguna parte, porque el humo era cosa de abajo, de las calderas. O sea, sí, que Torre se había ganado la vida con el sudor de su frente y las fracturas de sus nudillos, pero sin mala idea, de joven porque era joven y era una forma de ganar una morterá fácil, o eso pensaba, puesto que no se acordaba ni se acordaría en la vida, y después, y hasta hacía unos pocos de años, poniendo cara de sieso y de bruto e intimidando al personal, o conduciendo el coche de Pepito, que tenía menos riesgo físico aunque, como no habían inventado todavía el gepeese ese, más de una vez se perdían en carretera.
De la época del Portillo conservaba Torre una foto de Juman, enmarcada al lado del televisor que ya era plano porque se le estropeó el otro y tuvo que tirarlo y buscarle un sitio en el aparador a la muñeca de Lola Flores, aunque no era lo mismo y la mitá de las veces pensaba que se había caído de to lo alto, cuando no estaba allí, sino en el otro mueble. Estaba Torre en la foto con la rodilla en tierra, con la boca abierta y la lengua fuera, una mano apoyada en la lona, la otra camino de la boca, donde se le había caído el protector. Y al lado, sólo las piernas, como en las películas de dibujos animados donde los adultos solo saben de medio cuerpo pa bajo, el Kid Levante, y un borrón negro que era el guante que le buscaba a Torre caído la cabeza. Era, en cierto modo, la foto previa al momento de su muerte. O sea, al momento en que perdió de golpe y porrazo veintipocos años de vida, porque el puñetazo mató a aquel chiquillo que quería ser figura del boxeo y puso en su lugar a otro hombre que no tenía memoria, que tuvo que empezar la vida de cero, como un recién nacido de peso medio. Podría haber sido peor, a lo mejón, si el puñetazo lo hubiera dejao en el sitio.
Torre miraba la foto y no se reconocía en el pelo negro de aquel chavea, ni en el torso desnudo de músculos fuertes, ni en la mirada bizca, que él bizco no era, pero sí en la nariz rota pero no aplastada, y en las cejas pobladas, y en el antojo que tenía en el hombro. No reconocía tampoco a Kid Levante, aunque Kid Levante sí sabía quién era. Otro papafrita como fue él, un papafrita que quiso acabar de mala manera un combate y lo dejó medio tarao para los restos. Pero, como no lo recordaba, Torre no sentía ni siquiera odio por él. A veces pensaba que la cosa podría haber sido al revés. Y que entonces, quién sabe, habría tenido que vivir con la culpa.
Kid Levante. Cuando se veían por la calle, cruzaban de acera los dos. Como Torre hacía treinta años no sabía quién era el otro, no le importó: hay mucha gente que te vuelve la cara, gente que de pronto es tu amiga y luego te pone como los trapos a tus espaldas o te ignora como si no existieras, como si ignorarte borrara todo lo que habías hecho, cuando eso es imposible, carajote del alma. Es ley de vida: nadie reconoce que es tonto del haba o que se equivoca. Cuando Pepito Fiestas, que en gloria submarina esté, le dijo que aquel era Kid Levante, el del coche descapotable, el que iba siempre con dos pibas de impresión, el del diente de oro (“la mella se la hiciste tú, Torre, cojone”) y el bigote torcido como el de Dum-Dum Pacheco, a Torre de verdad que le importó una mierda. Un tío que le había dao un mal golpe en el ring, y que después, avergonzao o no, ni siquiera había ido a disculparse. O, si lo había hecho, Torre tampoco lo recordaba ya. A lo hecho, picha.
Pero el tiempo lo mismo es justiciero, o es vengativo, o le importan tres leches lo que le pase a la gente. Torre acabó viviendo una vida tranquila, o por lo menos sin sobresaltos propios, y a Kid Levante se le acabó un día la carrera, y el descapotable, y las dos pibas de impresión, y sólo le quedaba el bigote que ya peinaba canas, y una mella donde el diente de oro se le había caído o lo había empeñado. Ahora cuando se cruzaban por la calle no le volvía la cara, sino que agachaba la cabeza, y se ganaba la vida lo mismo descargando pescao en la lonja que reponiendo en el Lídel o repartiendo propaganda por los buzones. Torre no sabía si era porque lo evitaba, pero siempre que echaban propaganda en su escalera, su buzón no la tenía, quizá porque el otro no quería molestarlo. O lo mismo no quería que se aprovechara de las ofertas del tres por dos, que lo mismo eso era.
Y es que el ocaso de la vida por lo visto es igual pa todo el mundo. Lo mismo eras una eminencia toa tu vida y de pronto te daba un patatús y te quedabas hecho una momia en vida, con el alzaimer ese, o te entraba una enfermedad mala y acabas en sillita de ruedas, o te arrugabas como una pasa cuando antes eras un tarzán de Guillén Moreno. O eras la más guapa del barrio y ahora se cachondeaban de ti las niñas chicas que te veían to pintarraqueada, hecha una carcomanía, ni sombra de lo que fuiste. Porque el tiempo no perdona, si lo sabría Torre, que ya sabía que no todo lo soluciona el bisturí ni la viagra.
Y menos mal que Kid Levante, de un tiempo a esta parte, parecía que había levantado cabeza, y se le veía muy amartelado con aquella china que vendía rosas, la extraña pareja, ella que no hablaba ni una papa de españó y él que de chino solo sabía decir chinlú chincopa y chinná, cambiar aquellos dos pibones de los años setenta y pico (que no eran dos pibones, sino más, pero de dos en dos, como los pitisuís) por aquella cosita simpática y sonriente que no tendría más de metro y medio y que no se comía una rosca vendiendo rosas porque parecía que le daba igual que se la compraras o no, más feliz que el mundo, ella.
La caló, que es tela de mala, que se me va el hilo. Allí estaba Torre, sábado por la mañana, preparándose un migote y tratando de decidir si había escurrido el bañador ayer o si se lo iba a tener que poner con tol salitre pegao y el olor a algas allí en los bajos, cuando sonó el teléfono, o sea, el teléfono de verdad, no el móvil que nunca le sonaba porque se le olvidaba recargarle la batería. Y se le vino al decir diga el alma a los pies, y hasta se le encogieron los huevatis como si los hubiera metido en hielo como el Jake La Motta.
Porque al otro lado de la línea, entre sollozos, sonó la voz de un tío. Y no la voz de un tío cualquiera, no la voz de un esbirro encorbatao del Cortinglés ofreciéndole el oro y el moro, ni una encuesta de eso de la política, ni una equivocación, que en verano sí que molestan. Era una voz de hombre en mitad de un llanto desgarrao, que le dijo Torre, tú eres Torre, verdad, soy Curro. Curro Galiana. O sea, el Kid. El Kid Levante. Torre, picha, que me tienes que echá una mano, que estoy en comisería, Torre, que me acusan de haber matao a la china.
(CONTINUARÁ, o lo mismo no)
Comentarios (1)
Categorías: Historias de Torre