A mí lo que me gusta es la ternera, a ser posible en bife argentino, no sé si queda claro en las broncas de más abajo. Desde los seis años (cuando me caí a la salida de la plaza de Cádiz sobre un puñado de cristales rotos, tuve que ir a la misma enfermería de la plaza y luego fardé ante mi novia de la infancia que me había tirado de maletilla al ruedo y me había pillado el toro), creo que sólo he visto la cogida de Paquirri (imposible no verla), que sucedió precisamente a la misma hora que en TVE-2 emitían la versión muda de "Sangre y arena". Mi comentario a mi amigo Juanito Mateos, que me acompañaba, "Menos mal que estos topicazos ya no pasan", referido al torero muerto en el ruedo y la tonadillera bañada en lágrimas, se vieron contradichos cinco minutos más tarde por la tópica realidad. Una vez, allá por los ochenta, vi a Jesulín de Ubrique en la plaza del Puerto, cuando era novillero, y me admiró que era un chiquillo de apenas dieciséis años, la misma edad de mis alumnos, y me dio mucha pena el toro, que no se moría el pobrecito ni a tiros. Ese día me sorprendió, también, cómo el respetable se enfadó mucho porque una estocada había "hecho el guardia", es decir, había traspasado al pobre bicho desde la espalda al lomo, como un guardia que lleva el rifle cruzado a la espalda.
A lo que iba: que los toros no me apasionan, por si no queda claro, aunque les reconozco el valor estético y la teluria y todo lo que ustedes quieran. Reconociendo siempre, y compartiendo, todos los argumentos en contra. Uno es así de contradictorio y, ya digo, jamás ha estoqueado a ninguno, ni ganas.
Pero una vez, hace unos veinte añazos ya, fui a una capea. O sea, fuimos con el cole a pasar un día en el campo, tomar jamón, tortilla y cervecita y ver la suelta de una vaquilla. Recuerden ustedes, por si no lo saben, que el gran maestro Antonio Bienvenida, matador de miles de toros, palmó el hombre cogido por una vaquilla. Porque, no sé si lo saben, una vaquilla es como un perro grande que salta y se encabrita y se revuelve como Messi en menos de medio metro de terreno.
O sea, que como pueden suponer, yo me quedé en la grada comiendo jamón y bebiendo cerveza y ni se me pasó por la cabeza intentar burlar al bicho, gracias.
Otros no tuvieron mi consideración, ni mi valentía, y se pusieron allí a correr delante del animal, con el correspondiente capote. Imaginen ustedes la situación: unas diez o doce personas en un tentadero pequeñito, la mitad mujeres, y alguna de ellas con tacones. Y ese animal revoltoso y resabiado que se movía como un caballo salvaje y se llevaba lo que quisiera por delante.
Y en estas va E., que era profesora de primaria, y llevaba tacones, que se acojona al ver la velocidad de crucero del bicho y retrocede espantada. No dio dos pasos. El tacón cedió en el albero húmedo y se vino de boca al suelo.
Y la vaquilla embistió.
Ya me vi yo los titulares: "Profesora de primaria empitonada en capea sabatina. El toro dice que pa qué se le puso delante". Pero no. El animal embistió, la testuz gacha, y de pronto J., que es grande y fuerte y alto y a mí siempre se me ha dado un aire a Groo de Wanderer, sin capote y sin nada, se planta delante de la vaquilla, le pone una manaza aquí en la testuz, entre los cuernos, y la detiene como si estuviera intentando que no se cerrara una puerta. Y el bicho venga a arañar la arena (que no era arena, ya está dicho, sino albero, que no es lo mismo), y a bufar, pero no podía con la fuerza de mi amigo J.
Los que estaban abajo, en un par de saltos, corrieron al quite y levantaron a E. del suelo. Y J., todavía sujetando a la vaquilla con una mano, como Supermán deteniendo un tren en marcha, se vuelve y le pregunta si está bien. Y sólo cuando ella le dice que sí, suelta al bicho, que brinca donde mismo estaba y se vuelve hacia otro lado.
Es lo más cerca que he estado nunca de ver cómo actúa un superhéroe.
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Categorías: Las aventuras del joven RM