Ya que hablamos de toros y políticos (y perdonen ustedes el pleonasmo), cuando yo era niño y en Cádiz había plaza, mi padre me llevaba a ver los toros, como hacían entonces todos los padres y ahora no hacen porque ya no hay plaza y no entienden de juguetes electrónicos.
En la plaza de toros de Cádiz, donde ustedes pueden llegar todavía aunque no hay plaza de toros, basta con preguntar (sólo la gente muy joven la llama por su nombre nuevo, Plaza de Asdrúbal), había festejos donde antes hubo fusilamientos, el motivo oculto, según se dice, para que dijeran que estaba en ruinas, allá por la mitad de los años setenta, y se la dejara morir poco a poco, hasta derribarla y convertirla en unos jardines ya llegada la democracia.
En esa plaza de toros, cuando yo era niño y usaba zapatitos de charol y calcetincitos blancos que se me clavaban a la pierna, allá por el Domingo de Ramos, cada año, me llevaba mi padre a ver corridas. Recuerdo que, desde el tendido de sol, vi la presentación de El Cordobés en Cádiz, y el comentario de mi padre y de todo el tendido: "¡No tiene pelo el Cordobés!". Debía ser el año 1965.
Yo era un niño de ojos muy abiertos y rizos descarados, y no sólo tenía un torero favorito (Paquito Puerta, el primo de Diego Puerta, que llegó a ser más famoso, creo), sino mi propio picador, que era un hombretón gordo, sereno y maduro que respondía al nombre de "Pucherete", nombre que me hacía mucha gracia y que quizá por eso lo convirtió en mi picador favorito. Lo identificaba nada más verlo salir por la puerta grande. "¡Ahí está Pucherete, papá!", gritaba yo, y el tendido entero miraba a aquel niño de ojos muy abiertos y rizos descarados y, entre risas, comentaba lo que entendía de toros aquella criatura.
Algo de cierto tenía que haber. Recuerdo que, en uno de los lances, el torero de turno, quizá el propio Paquito Puerta, quizá otro diestro, en la faena con la muleta, tenía problemas porque el morlaco le cabeceaba por el flanco. Y desde el tendido de sombra, tan cerca y tan lejos del drama de la vida, la sangre y la muerte, se escuchaba mi voz de niño litri, diciendo:
--A que lo coge.
Y el torero venga a dar muletazos y el toro a intentar pillarlo.
Y mi voz por encima del silencio de la faena.
--A que lo coge.
Y el tendido entero mirando con un ojo el baile del torero y con el otro mirándome a mí. Y a la tercera o cuarta vez, eso que yo veía tan claro y que el maestro no comprendía.
--¡Lo cogió!
El torero salió volando por los aires, empitonado en un muslo. Los subalternos al quite, el momento de susto y de calor rebujados. Y a mi alrededor mi padre y los hombres como mi padre, expertos en torerías, que comentaban no la cogida, sino la sapiencia.
--Anda que no entiende de toros el niño.
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Categorías: Las aventuras del joven RM