En su estreno, Toy Story nos sorprendió como un mazazo. Su segunda parte, que superó incluso a la original, nos llenó en algún momento de melancolía por el tiempo perdido, entregando uno de los más bellos tempus fugit de la historia del cine, y de ese mismo momento, la canción de la muñeca Jessie, se nutre la tercera, al parecer última y quizá mejor de las tres películas que Pixar ha tenido a bien ofrecernos en los últimos quince años.
Andy se hace mayor, ya conduce y se marcha a la universidad, y como ya es mayor y conduce y se marcha a la universidad no le hacen ya falta sus juguetes. Y ahí tenemos a ese puñado de personajes de puntitos de luz que tienen más carisma que muchos personajes de carne y hueso y actúan mejor que muchos actores de verdad metidos en una aventura apasionante, llena de momentos de humor y de acción arrebatadora, para hacer de nuevo las delicias de niños y no tan niños. Lasseter y los chicos de Pixar consiguen en cada una de sus películas ofrecer un producto para chavales que no sólo no ofende a los padres, sino que los encandila, porque la narración tiene varias capas de lectura y la prodigiosa puesta en escena atrapa tanto a unos como a otros. Es imposible que un crío de cuatro o cinco años capte todo ese largo poema que canta a la pérdida de la infancia que es la película, y en cualquier caso habría que ver cuál es la reacción interior de los espectadores que tienen la edad del propio Andy y que han crecido viendo a Woody, Buzz y compañía en los cines (quizá Toy Story fue la primera película que vieron en sus vidas), y luego en las teles, los DVDs, los juguetes y los pósters.
Toy Story 3 riza el rizo de la aventura en estado puro, es capaz de ofrecer un maravilloso equilibrio entre sus dos protagonistas, el muñeco vaquero y el explorador espacial, que ya quisieran muchos guionistas ser capaces de lograr cuando tienen que metrar los tiempos en escena de estrellas humanas de mucho ego (recordemos La sombra del diablo y cómo se estiró el papel de Harrison Ford para que no quedara atrás del de Brad Pitt). Y además tiene tiempo para explorar a los viejos secundarios de siempre, el señor y la señora Patata, el dinosaurio, los aliens trillizos, el perro de alambre, el cerdito hucha, sin cortarse ni un pelo entrega algunos de los mejores minutos de la película a Barbie y a un Kent que parecen sacados de una versión en dibujos animados de Crepúsculo. Y hasta crear un puñado de nuevos juguetes y crear un villano magistral a quien se comprende, a pesar de que sea de peluche rosa y huela a fresas.
La película cierra a la perfección un ciclo, y curiosamente ese ciclo no lo forman los muñecos, sino el propio Andy, a quien apenas hemos visto de refilón siempre. Haciendo juegos malabares entre el humor y el melodrama, el final pone un nudo en la garganta por cuanto significa: el fin de la infancia, el principio de otra vida a la que los juguetes no tienen acceso. En cierto modo, Lasseter y su equipo son Andy y se despiden de sus criaturas entregándolas a una nueva generación más joven. No dudo que a partir de ahora, quizá no en el cine, sino en la televisión, Disney siga explotando las andanzas de este pintoresco circo, pero será por otra gente y para otro público. Lasseter y su equipo ya han hecho más que suficiente, abriendo caminos al cine de animación, demostrando que puede hacerse cine infantil inteligente y sin ñoñerías, y recubrirlo todo de una exquisitez prodigiosa.
Toy Story 3 es, hasta ahora, y después de un buen puñado de obras maestras, la obra maestra de Pixar. Un ciclo se cierra, una vida se completa, los juguetes tienen una nueva oportunidad en otro entorno, y quizá la Academia de Hollywood tendría que reconocer, como ya hizo de manera algo sorpresiva con la tercera película de la adaptación tolkieniana a la pantalla, todo lo mucho y excelente que nos han ofrecido con Toy Story, cómo nos han abierto los ojos y nos han hecho recordar nuestra infancia y ver de otra manera el tránsito a la adolescencia de nuestros propios hijos. Nos lo pensaremos muy mucho antes de tirar esos viejos juguetes con los que ya no juegan a la basura.
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