Fue un enfrentamiento de dos colosos. Gorgo y Supermán se citan en Tokyo. Sólo que fueron Christopher Priest y Andrzej Sapkowski. O sea, dos grandes, imagino que con sus pequeños grandes egos y sus manías, como todo quisque.
Estábamos en el recinto de la Semana Negra. Entonces en el lugar que más me gusta y que ya no dejan no sé por qué: El Molinón. Una mesa redonda tras otra, el sonido de los cacharritos, el olor de la fritanga, el enorme mogollón de gente que visita los actos y la feria. Era la hora de cenar, y como el sitio donde mejor cenamos en Gijón es La Iglesiona, allá que nos fuimos.
En La Iglesiona hay cosquis para pillar mesa, porque se corre pronto la voz y aquello se atiborra de escritores, periodistas, dibujantes, músicos y demás fauna semanera. Así que, como empezaba a hacerse tarde, nos pillamos un taxi allí mismo en el El Molinón, y nos largamos con rumbo al restaurante.
Ibamos todos: Luis G. Prado, Sapkowski, Juanmi Aguilera, Juanma Santiago (cito más o menos de memoria). Pero nos faltaba Christopher Priest, que había decidido ir en el coche de Sylvie Miller.
Nos sentamos, pedimos de beber mientras esperábamos. Y Sophie, Priest y compañía no llegaban. Pasó casi una hora. Las once de la noche. Desesperados, e intrigados, empezamos ya a comer cuando por fin aparecen todos. Un cepo en el coche, un follón camino de la comisaría, al final el coche que se les estropea o algo por el estilo. Total, que allí andaba el pobre Priest, con el estómago hecho al horario inglés, a punto de darle al hombre una lipotimia.
Vio que estaban comiendo huevos fritos con patatas y jamón, y fuera porque tenían buena pinta, o porque no daba ya más de sí, pidió lo mismo. A esas alturas el restaurante estaba ya de bote en bote, y la comanda se retrasó un ratito.
Por fin apareció la camarera, con la bandeja y el hermoso plato de huevos fritos, patatas y jamón. A Priest se le cambió la cara.
Entonces la camarera tropezó, y los huevos fritos y las patatas y el jamón acabaron diseminados por la mesa. Alguna patata impactó en el escritor inglés. A Priest se le volvió a cambiar la cara.
Impertérrito, mientras recogían el desaguisado y procedían a traer un plato nuevo, Sapkowski cogió una patata de su plato y se la ofreció galantemente al inglés, para que fuera picando.
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