Y se volvió a abrir. Y se volvió a cerrar. Y trajo unas cuantas sorpresas y unas cuantas confirmaciones por el camino.
Se cierra con The Big Bang la primera temporada de Moffat y Smith al frente de las inclasificables andanzas del Doctor Who. Moffat, lo hemos dicho ya otras veces, es el guionista de prestigio autor de los tres o cuatro mejores episodios del revival de la serie, encargado ahora de coordinar los esfuerzos de producción y, naturalmente, de escribir los mejores episodios de la temporada. Y Smith es el joven pisaverde que nos temíamos iba a ir de Doctor gótico y que ha sido capaz, en apenas dos episodios, de desmostrar que no ha sido elegido por capricho, que es un actor como la copa de un pino, y que su manera de entender y componer al personaje lo convierte en un suma y sigue de buena parte de los Doctores previos.
The Big Bang cierra el arco y la temporada. Pero la cierra, claro, en falso. Cuando los whovians esperaban que Omega o Davros asomaran el careto y pronunciaran aquello de "El silencio caerá", uno ya barruntaba que no, que en menos de una hora de relato iba a ser una sacada de la manga muy grande, algo que Russell T. Davies habría hecho con desparpajo y genialidad, pero que casa poco con el estilo sibilino de Moffat. Y en efecto, la temporada remite un tanto a los finales sacados de la manga y los deus ex machina de la era Davies, donde todo vuelve a ser como era, o casi, pero donde el misterio de la voz y el villano oculto queda en suspenso, a la espera de una nueva temporada.
Tras el final ominoso de la semana anterior, Moffat es valiente y plantea casi todo el primer tercio del episodio en clave de comedia. De gran comedia, muy divertida además. El Doctor escapa de la Pandórica en un parpadeo, viaja en el tiempo una y otra vez, tropieza, cae, intercambia destornilladores, se cala un fez y demuestra que piensa más rápido que nosotros. Si los Doctores que en la historia han sido han tenido siempre un algo de personajes de cine cómico mudo (Chaplin, Harpo Marx, Harold Lloyd), Smith compone aquí un Doctor que es casi Grouchesco, largirucho, capaz de ser a la vez joven y viejo.
En el fondo, a los lectores de ciencia ficción nos sorprende poco la paradoja temporal, en tanto no es sino la puesta al día de aquel viejo episodio de Flash Gordon con el péndulo del tiempo (época Dan Barry). Más intimista es la historia de Rory, convertido en centurión inmortal fosteriano durante miles de años, y quizá lo que demuestra que Moffat se identifica con el personaje y querría ser más companion que Timelord.
El episodio manda la ciencia ficción a hacer gárgaras, se convierte en fantasía pura, en onirismo puro. Lo resuelve todo (y lo que no resuelve lo tenemos que pensar), y aunque adolece de lo mismo que ha pasado en toda la temporada (un principio impactante, unos minutos de relax que hunden el capítulo pasada la mitad, unos minutos finales cojonudos), cierra bien la temporada (que ha sido, para mí, medianita, pero también es cierto que es la primera vez que veo las temporadas capítulo a capítulo), y sigue jugando con los fans, planteando preguntas y jugando al desconcierto. Si los fans se preguntan si River Song es Amy Pond, ahí tienen el momento en que la una le entrega a la otra el famoso diario... en blanco. Si, como el propio Doctor, queremos saber si la doctora River Song es o no la futura esposa del Doctor, o su asesina (yo me decanto por lo segundo), ahí tienen ustedes la escena final. Y si, como Moffat, nos parece más divertido y más entretenido como companion el señor Pond, o sea, Rory, ahí los tenemos a todos dispuestos a embarcarse en la Tardis para el especial de Navidad en el Orient Express... o en un Orient Express.
Imagino que Moffat habrá aprendido. De burlarse bienintencionadamente de los fans y del feedback de los fans. La serie ha perdido muchos seguidores durante este año, en parte por el cambio de horario y su adelantamiento en la programación de los sábados, aunque es cierto que, con las posibilidades de ver hoy en día la tele a la carta los ratings ya son cosa del pasado: es una cosa que la BBC tendrá que tener en cuenta. Los episodios quizá necesiten sesenta minutos para que las conclusiones no sean tan precipitadas como parecen en ocasiones, y si bien se agradece que Moffat haga continuos homenajes a la serie clásica (¿no parece que dentro de la Pandórica, cuando Amy habla con el Doctor malherido, va a salir el viejo William Hartnell con su pelo blanco?), también es cierto que hay un enorme grupo de seguidores más recientes (los whovians del ámbito internacional y los espectadores más jóvenes del programa en UK) que quieren que la sensación de universo se siga consolidando (como va a hacerse en un próximo episodio de Las aventuras de Sarah Jane) y los crossovers con Torchwood o con sus personajes y los otros secundarios que hemos visto en estos últimos cinco años vayan más allá del guiño a Jack Harness y la máquina del tiempo de muñeca.
A la serie le falta un poco de la emoción desatada de la era Davies, soltarse el pelo, despendolarse un poco en los argumentos más allá de la actuación de Smith. En el fondo, juegos temporales aparte, uno tiene la impresión de que la temporada podría haber sido perfectamente un five-parter con los cinco episodios escritos por Moffat, tan lejos están del resto de los otros ocho.
Las semillas de la nueva temporada ya están ahí: los egipcios, los daleks de colores, Omega o Rasilon o Davros o el Master. Y el Señor de los Sueños (apuesto que es el episodio que escribirá Neil Gaiman).
Y, sí, un dalek solo sigue dando mucho miedo. Aunque sea de piedra. O porque es de piedra, precisamente. Y recordemos: nunca hemos visto a River Song dispararle.
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Categorías: Doctor Who