Me envía hace unos meses, mi amigo el dibujante, los pedeefes de las tres o cuatro últimas páginas que ha dibujado, a lápiz todavía, con esas crucecitas y todo que tanto me divierten, donde se indica al entintador que vaya poniendo manchas de sombras. Mi amigo el dibujante es, como yo, un inquieto, e igual que yo doy la paliza a muchos otros amigos con lo que voy escribiendo, casi en directo, él me envía bocetos, páginas, diseños. Y discutimos mucho, civilizados que somos, sobre lo que le toca dibujar o enmendar. Es divertido.
Las tres o cuatro páginas que me manda mi amigo el dibujante son muy bestias. No hay otra palabra para definirlas. Muy salvajes, vale. El malo de turno, que antes era nazi y en esta reencarnación es ruso, tatuado y con la cara deforme, apunta con un pistolón enorme a la cabeza de un bebé. Así, como ustedes lo oyen. Un bebé precioso, la mar de bonito, sonrosadito. Vemos el primer plano de su cabeza y el cañón del arma en su frente.
El nazi que ahora es un ruso tatuado y con la cara deforme está hablando con alguien. Me lo explica mi amigo el dibujante, como de costumbre, aunque se entiende a la perfección sin los textos que todavía no están: Hay un hombre atado a una silla, tres o cuatro sicarios del malo que fuman y beben, y una mujer que llora. Está claro que es la madre del bebé.
Es un chantaje. Y la mujer cede. En una viñeta en off que recuerda al plano en que las vampiras se ceban frustradas en los caballos de Van Helsing en Bram Stoker's Dracula de Coppola, la mujer coge unas tijeras del calibre cuarenta y dos y, zas, apiola al hombre atado a la silla, que debe ser su marido, mientras los sicarios del nazi que ahora es un ruso tatuado y con la cara deforme observan.
Para salvar a su hijo, la mujer ha tenido que matar a su esposo.
Y entonces Cráneo Rojo, que es el ruso tatuado de cara deforme, arroja sin contemplaciones al niño por la ventana. Lo vemos salir hacia nosotros en cámara subjetiva, enorme, indefenso. La siguiente viñeta vemos la mancha en el suelo y la pared de la calle.
Me pregunta mi amigo el dibujante qué me parece. Y le digo que, narrativamente, es cojonuda. Y que si no le parece que es un poco fuerte.
--Es lo que me pide el guionista --me dice él.
--Ya --le contesto yo--. Pero verás cómo te ponen pegas.
--Es el universo Ultimate. Se supone que son tebeos adultos.
Dos o tres días más tarde, me llama mi amigo. En la editorial han puesto el grito en el cielo. La escena es demasiado explícita. Tiene que rehacerla. Eso es muy duro, muy fuerte, muy salvaje. Impublicable. En vano les dice que eso es lo que decía el guión, y que puestos a decir que no, hay que decir que no en el momento en que el guión se escribe, no antes. Un fallo en la cadena de montaje, el editor que no ha hecho sus deberes, y el dibujante que tiene que volver a invertir dos o tres días de trabajo en rehacer la página. La escena sigue siendo la misma, creo (no he visto el resultado final), pero imagino que los planos del pistolón en la cabeza del bebé y el bebé volando por la ventana hacia nosotros ya no serán tan intensos. Creo que esa viñeta última está ahora contada desde dentro de la habitación, no desde fuera.
--Una pregunta, Carlos --le digo con algo de retintín, porque ya los dos hemos pasado por esto antes--. Vemos a Cráneo Rojo y sus sicarios fumando y bebiendo. ¿Eso va a colar o te dirán también que lo quites?
--No creo.
--Mira que ellos son como son.
Con algo de retintín, porque ya ha pasado por esto varias veces antes, Carlos pregunta por el tabaco y el alcohol.
Y le dicen que sí, que mejor que lo quite también. No vaya a ser. En vez de mandarlos a la mierda, Carlos les dice que en todo caso lo quiten ellos, que tiene más páginas por delante.
El resultado final debe de estar a punto de aparecer en español. Para que ustedes vean cómo funciona el cotarro. El cómic adulto, donde se puede contar de todo, mientras los hombres no beban ni fumen y los asesinos asesinen, pero poquito.
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