Cuando muchos dábamos por perdido el género para la historieta y los géneros para la historieta, surge de pronto la joya, la obra maestra. 100 Bullets, una serie no-superheroica dentro de la escudería DC Comics, una vuelta de tuerca a conceptos nunca explorados en el medio y, sobre todo, una propuesta transgresora, rica en elementos oscuros y absolutamente magistral en cuanto al desarrollo de personajes.
La premisa es sencilla y, en cierto modo, casi emparenta el género negro con el terror: cuando alguien tiene un problema y está al borde de la desesperación, cuando no parece haber otra salida sino el suicidio, un misterioso individuo vestido de impecable negro, el agente Graves, ofrece la solución: pruebas de quién o quiénes causaron esa situación y no recibieron su castigo, más un maletín con un arma y cien balas de munición, imposibles de rastrear. Carta blanca absoluta para ejecutar una venganza. Y tratar de escapar a las consecuencias.
Contada en arcos narrativos de varios números, seguimos las vicisitudes de cada uno de los fáusticos personajes que el mefistofélico agente Graves va encontrando, y somos testigos de sus mundos y sus inframundos, sus amistades y sus némesis, sus características personales que hacen que, si bien podamos llegar a sentir simpatía por alguno de ellos, comprendamos que en ningún momento estamos tratando con santos. Género negro feísta y a la vez atractivo, en tanto que los dibujos del genial Eduardo Rizzo (que da, permítanmente ustedes la licencia, sopitas con honda a un autor agotado en su única lectura del género -Yo, el jurado- como es Frank Miller) pasan sin solución de continuidad de la dureza a la ternura, del esperpento a lo gore, mostrando un plantel de personajes que, en sus vestidos, tatuajes, abalorios, cortes de pelo, sex-appeal, expresiones corporales reflejan eso que el mundo del comic, viciado a los antifaces y las licras, parecía haber perdido de vista desde hace un par de décadas: Risso, argentino, está haciendo mejor crónica de los Estados Unidos que la inmensa mayoría de los dibujantes norteamericanos contemporáneos.
El guionista no se queda atrás. Contrariamente a los muchos escritores del momento que parece que sólo quieren epatar al adolescente que lee sus tebeos, Azzarello tiene muy claro lo que quiere contar y, sobre todo, a dónde quiere ir. Mes a mes el número de secundarios-protagonistas de su historia aumenta y enriquece el cóctel explosivo de esa América desquiciada que está retratando con afilado pincel-bisturí, y la sorpresa del lector es continua en tanto vemos aparecer a personajes de otros arcos narrativos que aumentan el enigma que va rizando la serie de historia en historia, enlazando vidas y muertes en un magma indescifrable. Al descaro insolente del agente Graves pronto se unirá en contraposición la limpieza asustante de su reverso negativo, el agente Lamb, y lo que pudiéramos haber creído un ajuste de cuentas entre dos caras de la misma moneda, tumba y cordero, luz y oscuridad (ya he dicho que la historia parece, en ocasiones, terror posmoderno), se complica con los enfrentamientos de los cárteles de la droga o del poder donde, quizá, el agente Graves no sea más que un peón él mismo.
Atención también (un detalle que se pierde en la traducción al castellano) al riquísimo vocabulario usado por Azzarello, al gusto casi exquisito por reflejar unas hablas cotidianas que oscilan según los personajes, según los barrios y ambientes de cada uno de ellos, verdugo o víctima. Cuando los perennes dioses del momento (o sea, los superhéroes) retratan sus valores (o su falta de ellos) intentando expresarse absurdamente como los "hombres de la calle" que ya no son, Azzarello pone por escrito ritmos, compases, músicas, raps, que sí son producto de una atención a lo que hay alrededor, y que en muchas ocasiones rompen con las convenciones gramaticales para crear algo mucho más rico, el fragmento de vida del que parten las historias.
No es extraño que, con semejante bagaje, 100 balas sea el tebeo del momento en los USA y en el mundo, y que sus autores hayan ganado recientemente los prestigiosos premios Eisner. Dicen que la idea de los autores es hacer, exactamente, cien tebeos, donde todo encajará en ese tapiz mágico y execrable que están tejiendo luz a luz y sombra a sombra.
Pero si ustedes no quieren esperar a que la serie esté completa, pueden echarle un vistazo a un solo episodio y ya me dicen: "Idol Chatter", o cómo crear leyenda a partir de la historia y viceversa, encajando una de las cien balas del título con aquella bala mágica de aquella mañana radiante, en Dallas, hace casi cincuenta años
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