Una situación parecida, pero en el fondo el reverso de la moneda. Yo volvía, supongo, del cine. Eran las nueve y poco de la noche, o quizá menos. Las Avenida iluminada ya, eso sí lo recuerdo. En la esquina antes de mi calle de entonces me encontré a aquella chica, tan mona, tan simpática, a la que yo daba clases y que era nueva de ese año. Estuvimos charlando un rato delante de la tienda de motos.
Nos despedimos después de un rato. Yo vivía en la calle Ruiz de Alda, hoy Parlamento. Ella, en Huerta del Obispo, la calle paralela. Durante una fracción de segundo pensé en acompañarla hasta la puerta de su casa, pero no sé qué me lo impidió. Me falló el instinto arácnido, supongo.
Al día siguiente, al llegar al colegio, me entero de la noticia. Aquella chica tan mona a quien yo no había acompañado al portal de su casa había sido, allí mismo, agredida y a lo bestia por una antigua compañera del colegio anterior. Una bestia humana que le había hecho la vida imposible y la había convertido en blanco de sus iras, homosexualidades reprimidas o lo que ustedes quieran ver.
La atacó en la misma puerta de su casa y le rompió la nariz y un par de costillas.
Yo me quedé estupefacto, comprendiendo que si la hubiera acompañado hasta su casa, aquella noche, posiblemente no habría sucedido nada.
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Categorías: Las aventuras del joven RM