Steven Moffat no es Rusell T. Davies. Donde el (admirable) rescatador de Doctor Who es todo exhuberancia y exhibición, entusiasmo estentóreo e (incomprensible) blanco de puristas, Moffat se nos revela, en los indispensables Doctor Who Confidential, como un auténtico zorro sibilino que, desde un púlpito hecho para los fans, está usando su posición para burlarlos.
Moffat, como Davies, fue fan en tiempos (Davies dice que agradece volver a serlo), y ahora que tiene en sus manos el destino de la serie sabe cómo tocar las teclas sensibles de los whovians, esos que en foros y convenciones le buscan las cosquillas a cualquier cosa que se dice o que ocurre en la pantalla. ¿El resultado? Que esta nueva temporada está explotando a tope eso, consiguiendo una gramática distinta que se realimenta y retroalimenta de las pistas que va dejando en forma de supuestos fallos de raccord.
Moffat sabe que las capturas de pantalla vuelan, y por eso usa el concepto del arco de una manera mucho más descarada (y al mismo tiempo más sutil) que su predecesor. Cuando en las temporadas anteriores hemos querido darnos cuenta (o al menos cuando yo he podido darme cuenta), los detalles dispersos de los capítulos convergen todos en el capítulo doble final. Moffat está haciendo lo mismo, preparándonos ya para el 26 de junio, donde se resolverán los misterios que nos va colocando entre una aventura y otra.
Y los misterios son muchos, y todos parecen girar en torno a la figura de Amy Pond. Si es que, claro, la bella pelirroja es Amy Pond, que pudiera ser que no, y Amy Pond fuera todavía la niña de diez años que vimos en el capítulo primero. Un capítulo que aún no nos hemos puesto a evaluar (habrá que hacerlo al final) en el contexto del arco, pero que plantea ya varias preguntas, empezando por el título (¿Qué es la "Hora Once"?) y combinándolo con las paradojas temporales que desde ese momento están en marcha.
Algo no anda bien en la Tardis. O en el Doctor. O en Amy. O en el tiempo en que vive ese pueblecito remoto donde hay estanques sin patos y tienen seis o siete enfermos en coma profundo (y donde el novio enfermero, lo sabemos por una captura de pantalla que no sale en el episodio, tiene un carnet caducado muchos años). Si repasamos el capítulo primero, vemos que la niña Amy, al final, mientras espera al Doctor, oye el sonido inconfundible de la Tardis. Y, sin embargo, el Doctor, lo sabemos, no llegó a tiempo a su cita.
¿O sí llegó? ¿O llegó otro Doctor venido del futuro? ¿Ese mismo Doctor que, en ese supuesto fallo de continuidad que no es tal, avisa a la Amy adulta que tiene cerrados los ojos que recuerde lo que le dijo cuando era niña, y que recuerde?
El Doctor, lo hemos visto, no rehace su propio pasado. Pero se ha encontrado consigo mismo varias veces, siempre en encarnaciones actoriles anteriores. ¿Se encontrará el Doctor Once consigo mismo a partir de lo que esté haciendo en ese viaje hacia atrás del que ya hemos visto al menos dos instantáneas? ¿O se evitará?
El tiempo puede ser reescrito. Lo acaba de descubrir mientras se enfrenta a unos ángeles de piedra que de pronto dejan de ser una amenaza. El Doctor va a reescribir, lo sabemos, la historia de Amy, y quizá su propia historia, y según los whovians que odian a Davies, la continuidad de sus encarnaciones Novena y Décima.
La Tardis llegó seis meses tarde a la llamada de Churchill. Y el Doctor tiene al menos dos chaquetas parecidas, dos camisas parecidas (pero no iguales) y una pajarita azul y otra de color burdeos. Ojo a los ojos que asoman escondidos entre las escenas. Pistas y más pistas. Curiosear y curiosear, que dijo Alicia.
Si se fijan ustedes en el plano final del episodio pasado, el reloj salta 36 horas entre un segundo y otro. De las doce del mediodía (¿pero no es de noche?) a las doce de la medianoche del día siguiente.
Moffat tiene un suculento pastel temporal entre las manos, y nos va a seguir engañando colocando pistas a las que habrá que estar muy atentos.
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