No es que tenga uno tiempo de sobra, pero a veces le da por pensar ideas de perogrullo que le entretienen las horas. Y llevo algún tiempo pensando que quizá, sólo quizá, si este país de nuestros desvelos se hubiera puesto al día cuando tuvo que ponerse (y acabamos de dejar atrás una de las muestras más claras de que no se puso... ni se pondrá ya nunca), no habría despreciado en su momento una serie como Doctor Who.
Verán, yo conocí la serie en 1985, en Inglaterra, cuando veía a un señor ridículo en las portadas de las revistas, una bufanda muy larga, una cara que parecía clonada de Harpo Marx y un perrito muy mono que era la versión canina (como que se llamaba K-9) de R2D2, lo mismo que en aquel horror kitsch de la primera versión de Furia de Titanes nos colaban un búho robótico al que sólo le faltaba mostrar hologramas. No fue hasta tres o cuatro años más tarde, cuando empezó Canal Sur la nuestra y todavía no era un canal para la tercera edad y la subcultura, cuando empezaron a emitir la serie en horario de tarde, todas las tardes. El final de Jon Pertwee y el principio de Tom Baker. El primer episodio, Robot, me pareció un horror espantoso. Puro kitsch, cutre a tope. Con El arca del espacio ya me había enganchado para siempre.
Y eso es lo que venía yo a contarles aquí hoy. Por qué demonios no se recuperó la serie hasta que aparecieron los canales autonómicos y se compró en su momento. Y me gusta imaginar, ya ven qué tontería, cómo habría sido España y cómo habríamos sido los españolitos, y sobre todo cómo habría sido el mercado de la ciencia ficción y la fantasía tanto literaria como televisiva e incluso cinematográfica si los avispados programadores de TVE en su momento, los años sesenta, hubieran comprado la serie y la hubieran emitido. Estoy convencido de que hoy la percepción del fantástico habría sido muy diferente. Estoy convencido de que también aquí tendríamos una legión de papás de cincuenta años que coleccionarían los DVDS de los tres primeros doctores, que serían fans acérrimos de la TARDIS, que compartirían, como luego hemos compartido con Star Wars, afición con las nuevas generaciones, con nuestros propios hijos.
Y es ahí donde me rebelo. Porque la serie fue un éxito casi desde el principio. Porque tuvo dos películas para el cine. Porque podría haberse emitido perfectamente en el horario infantil al que estaba destinada. Porque William Hartnell, Patrick Troughton, la nieta, los daleks, los cybermen, UNIT, tendrían que haber formado parte de nuestra cultura pop, lo mismo que lo fueron Napoleón Solo y Kuriakin, lo mismo que lo fueron El fantasma del Louvre, El Virginiano, la familia Cartwright, Daniel Boone, Maxwell Smart, Simon Templar, Cheyenne, Emma Peel, Bronco Lane, Ironside o los chicos de Escala en Hawaii.
Sin embargo, al programador de turno no le pareció, sin duda, una serie digna. A pesar, ya digo, del éxito que tenía en Inglaterra, donde arrasaba. Quizás les escociera lo del Peñón, quién sabe. Quizás le molara más el protagonista de Los Invasores o Tierra de Gigantes. Pero una oportunidad pasó, y los niños de mi generación, los que amábamos la ciencia ficción por encima de todas las cosas pero no llegamos a ver los episodios de Diego Valor, tuvimos que conformarnos con el robot Robustiano de Antena infantil primero y, después, de los Chiripitifláuticos.
Lástima de río que no pasa dos veces por el mismo sitio. Haría falta una TARDIS para volver atrás y darle chocones contra el cuadro de mandos a aquel señor bajito, calvo, bigotudo y triste que nos censuró la fantasía porque a él no le interesaba nada. Y así, quién sabe, quizá se habría hecho algo parecido en España, con el mismo cartón piedra que hacía Chicho Ibáñez Serrador en sus adaptaciones imagino que piratillas de cuentos clásicos del terror y la ciencia ficción. No hubo suerte. Quizá fuera cosa de miopía, o fuera cosa de censura (eran tan raros aquellos hombrecillos de bigote y luto sempiterno), aunque el yo racional que me dice que estoy desbarrando me avisa también que no se hizo por pura vagancia: todas las otras series que he mencionado aquí, las que forman parte de mi memoria televisiva, estaban dobladas en español neutro, y al español neutro se dedicaban todas las series que solían venir de Estados Unidos (alguna excepción, El Santo o Los Vengadores, sí eran británicas), y comprar Doctor Who habría implicado eso que no se hacía todavía para la tele: doblarla sin acento.
Tal vez, entonces, no sea cosa de desidia de aquel señor bajito con bigote e hipoteca y sueños guerreros edificados sobre un millón de cadáveres, sino de otros hermanos mayores que protegían lo suyo y que, sólo cuando se inició el interés en América, en la era Tom Baker estuvo la serie al alcance de otros países.
Pero nuestro pasado habría sido tan diferente, tan divertido, tan poco anodino...
Comentarios (57)
Categorías: Doctor Who