No tuve tiempo de acabar el mensaje anterior. Finalizo con la siguiente reflexión: verán, si cargo las tintas contra determinada progresía izquierdista española es porque creo que aun tenemos pendiente deshacer el mito de la izquierda "superbenefactora" e inmaculada. Aun no se ha puesto en el tapete social de una manera clara y categórica las barbaridades cometidas en nombre de la izquierda y que no enumero por no extenderme. En la transición sí que se hizo (y se sigue haciendo ) ese trabajo con la derecha. Alguien dirá que en 40 años de franquismo ya se le dio duro a la izquierda, pero eso a mí no me vale, porque yo hablo de un análisis serio y riguroso y no de la propaganda barata de la dictadura franquista.Y gente como Willy Toledo todavía ponen trabas a ese trabajo de manera vil y rastrera. Como muestra un botón con este artículo de Alfredo Taján publicado en el diario Sur de Málaga el pasado sábado 13 de marzo:
"Hace unas semanas presencié la matanza del cerdo en un pueblo de Málaga. No voy a nombrar la localidad, pero sí voy a contarles que no se mató un cerdo, sino que se ultimaron varios cerdos, y ninguno era vecino conocido. La sangre inundaba los charcos de agua, y la mezcla, saludable para algunos, a mí me resultó estremecedora. El frío degüello, los chillidos del animal, las sangre derramada, me hicieron volver a mi infancia, al corralito argentino: la vaca era abierta en dos y aún viva se la descuartizaba sin piedad. No me extraña que para la comunidad hindú la vaca sea un símbolo de santidad. La India sabe de sufrimientos, ha hecho de la carencia un símbolo, de la muerte un ritual, de la existencia misma un aquelarre de ríos y heces.
Matanzas de animales racionales, sectarismo memorialista: estos días he leído que nuestro Congreso de los Diputados, gracias a la mayoría conseguida por el grupo gubernamental, ha rechazado que se integre la denuncia a los crímenes de Stalin en los textos históricos escolares, frente a los grupos de la oposición que consideran el Holocausto y la represión estalinista, como dos caras de una misma moneda. No olvidemos que como escribe el profesor Antoine de Compagnon en 'Los antimodernos' -un ensayito más que recomendable en Acantilado ediciones-, no ha habido en la Historia nadie más reaccionario que un jacobino. No obstante, no sólo los partidos políticos se han mostrado divididos, es que también lo estuvieron los historiadores rusos y ucranianos consultados, que aún no aciertan a interpretar los objetivos concretos que perseguía Stalin y su Politburó al provocar las famosas oleadas de hambruna en Ucrania hacia 1930, y que costó la vida a varios millones de campesinos entre 1930 a 1937. Moscú puso en pie un escenario de terror en Ucrania que superaría la represión desencadenada por el mismo Stalin contra la disidencia intelectual y los centenares de miles de opositores masacrados en Siberia, y fusilados sin piedad en las fronteras de Vladivostok, hasta cinco minutos antes de su muerte.
¿De qué forma se gestó la matanza ucraniana? Primero, haciendo trabajar a destajo al campesinado en unas tierras colectivizadas a la fuerza, después, bloqueando la autogestión y prohibiendo la llegada de alimentos a los centros de trabajo; en tercer lugar, las cosechas se vendieron rápidamente y a bajo precio a países extranjeros para evitar que pudieran aprovecharse. Este genocidio fue una de las múltiples causas que motivaron a León Trotsky -ucraniano- a romper definitivamente con Stalin, y denunciarlo como un dictador sanguinario y brutal, junto al temible Beria, principal ejecutor de las órdenes del jefe. Incluso la llamada 'Gran Purga' desatada por Stalin, a mediados de los años treinta, contra elementos contrarrevolucionarios, no fue nada comparable, en términos estrictamente humanitarios, al estrangulamiento por hambre de cerca de más de tres millones de campesinos ucranianos.
Lo cierto es que gracias a la decisión de la mayoría gubernamental nuestro Congreso de los Diputados ha votado en contra de una resolución aprobada por la Asamblea General de la UNESCO (noviembre 2007), que exhorta, en su punto tres «a promover la memoria de la Gran Hambruna Ucraniana, incorporando en los programa educativos y de investigación de todo el mundo la información e imputación de esta tragedia», se trata de denunciar aquella repugnante limpieza étnica luego copiada, con destreza criminal, por el régimen de Pol-Pot en Camboya, en la guerra civil de Ruanda entre hutus y tutsis, y por los higienistas de Belgrado en la última contienda yugoslava, aunque en menor escala. Pienso que el Gobierno de España ha cometido un error respecto a la defensa de la verdad histórica puesto que en la Comisión de Educación del Congreso se ha votado contra la inclusión en los libros de Historia del relato de aquella hambruna que provocó la muerte de millones de ucranianos: ahora los niños tendrán que bucear en otros mares para hallar la verdad, que no es sólo lo que la policía quiere que le contemos, sino lo que cualquier ser humano debe conocer para despreciar o amar a sus congéneres.
A mí me da vergüenza ajena lo ocurrido. Resulta que ahora Stalin no fue tan monstruoso, que la Historia del mundo sigue manipulada por las ideologías, que la memoria se utiliza cuando conviene y que somos más papistas que el Papa. En realidad creía que todo aquel periodo de terror y fracaso europeo -tanto el Holocausto Nazi como la Gran Purga y Hambruna estalinista- había sido superado, que podíamos poner a los muertos en su sitio, sin una papeleta ideológica, sin la religión aberrante del sectarismo, la xenofobia o la diáspora cainita. Y también se está manifestando, sutilmente, a la inversa: la exaltación de la época nazi por parte de grupos intelectuales y políticos de extrema derecha en Holanda, Bélgica, Alemania, Italia y Austria, la ocultación de sus crímenes, la ponzoña de algunos programas legislativos represivos y ordenancistas, hablan en ese sentido, y ese 'sentido' es el del absoluto, el del apriorismo integrista, el del dañar al contrario por el simple hecho de no comprenderlo y, lo peor de todo, negar o justificar los cadáveres apilados.
A mi entender la tragedia humana debe contarse al margen del color y opinión sus víctimas. No es cuestión de cantidad, es cuestión de calidad moral, de belleza interior, de confianza en nuestras posibilidades, a pesar de nuestras aberraciones. Lo importante es construir un relato cercano a la verdad. El otro día presencié la matanza de aquel cerdo y hoy leo la decisión de un Congreso que no para de contradecirse, de olvidarse, de recordar lo que le conviene. Quizá la democracia consiste en eso, quizá sea la praxis oscilante de las indecisiones humanas, mientras que las víctimas, sean o no cerdos, siempre acaban degollados."
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