Mi amigo G. tiene un don especial para que le pasen cosas raras. O para verlas. Entra en casa de su novia, y suena el reloj de cuco. Sale de casa de su novia, y suena el reloj de cuco. Y el reloj de cuco suena independientemente de la hora en que entre o salga, sean la una o sean las tres, sean las y cuarto o sean las y media. Es como si tuviera un campo electromagnético incorporado, mi amigo G. Porque según adorna el relato, ese reloj de cuco, cuando él no entra ni sale, no funciona.
Nos lo contó una noche, y nos lo contó varias, en mi casa. Lo mismo que el reloj de cuco alertaba de sus idas y venidas, se encontraba cada noche, al salir de casa de su novia, a un hombre cojo. Un hombre flaco y cojo que arrastraba una pierna. Un hombre cojo que, fuera la hora que fuese, se le cruzaba en el camino.
Lo cual, claro, dirán ustedes, es lo más normal del mundo si el hombre cojo vive por la misma zona. Lo cual, claro, dirán ustedes, es lo más normal del mundo si el hombre cojo tiene los horarios cruzados con mi amigo G.
Pero mi amigo G., lo sabe el reloj de cuco, no tiene horarios fijos en eso de entrar y salir de casa de su novia. Lo mismo echan una partida al póker que se tragan de una sentada las tres películas seguidas de El Señor de los Anillos, o hacen una sesión de espiritismo con los vecinos, o se entretienen pelando la pava. O sea, que no, que no entra digamos a las diez y se marcha a la una. Que lo mismo se marcha a las tres, o a las dos, o a la una y veinte, o a las cuatro y diez.
Y siempre, siempre, cuando sale, se encuentra con el hombre cojo. No siempre en la misma calle, no siempre en el mismo tramo. Lo cual, claro, le mosquea mucho. Le da canguelo. Lo asusta un poco.
Una vez, nos cuenta, cuando se cruzaron en la calle, a los pocos metros, se volvió a mirar, y el cojo ya no estaba. Otra lo estaba mirando a su vez.
Un misterio, el hombre cojo y sus horarios irregulares coincidentes con los horarios intermitentes de mi amigo G.
Nos tenía encandilados con esta historia, hasta que otro amigo, mi amigo A., comentó entre cubata y cubata:
--Bueno, imagínate que ahora mismo hay un hombre cojo que le está contando a sus amigos que todas las noches, sea la hora que sea, sea la calle que sea, se encuentra con un tipo delgado con un maletín a cuestas.
Así comprendimos todos que lo misterioso depende del cristal con que uno lo mire, o del pie con el que cojea.
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