Es un problema gordo, no crean ustedes, tener amigos más grandes que la vida. O sea, sí, tan normales, corrientes y molientes como usted o como yo, pero con un no sé qué de enfrentrarse a este tránsito que es la vida que resulta tragicómico o directamente, en ocasiones, surrealista. Me sirven de combustible literario, mis amigos, y de vez en cuando les robo descaradamente sus biografías para rellenar mis libros. Es el caso de Pepito Fiestas, protagonista in absentia de "Detective sin licencia", cuya abracadabrante vida y milagros está basada casi punto por punto y coma por coma en la de mi amigo JM. O el caso de Thomas, el adolescente protagonista de una de esas novelas con que intenté probar nuevos territorios y donde fracxasé estrepitosamente como he fracasado en tantas otras cosas, motivo por el que tengo la novela aquí en el disco duro, sin vistas de publicación, y eso que es divertida. También, en otro ámbito, está el caso de la novela que tengo entre manos estos días, una revisión de la biografía, convenientemente falseada pero fiel, de mi amigo del alma JJT.
A veces, claro, la tragicomedia surrealista de la vida de mis amigos del alma no se puede trasladar el papel, porque resulta increíble. El mismo caso de las aventuras de Thomas: un relato que giraba en torno a un final tan absurdo, y tan divertido (un equipo de rugby inglés que lo confunde con el árbitro que les ha robado el partido y lo persiguen por las habitaciones del hotel donde Thomas trabaja, hasta que el chaval tiene que encerrarse en la habitación del pánico hasta que llegue la policía al amanecer, verídico, oigan) que tuve que dejarlo fuera de la narración.
Viene esto a cuenta porque lo mismo doy comienzo, al estilo de las aventuras del joven RM, a algún que otro detallito anecdótico de las biografías de mis amigos. Conste que lo que aquí escriba será verdad, sin aditamentos más que los imprescindiblemente literarios. Y conste también que esas anécdotas suelen tener muchísima más enjundia en la viva voz de sus protagonistas, y no en la recreación escrita de aquí quien no es más que un testigo de sus hazañas.
Conocerán usted a lo mejor de cada casa, a mis amigos atorrantes, que no orinan sin pudor, ni beben a morro, pero que no resultan tampoco, en modo alguno, unas malas compañías. Lo mejor de cada casa, ahora en mi casa.
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