Tenemos desde ayer la ciudad tomada, y no es que se acerque el carnaval y la gente esté ya dándole al trinki. O sí. Resulta que se celebra una reunión en la cumbre de todas las ministras de la Unión Europea, cortesía de Bibiana Aído. Y así, entre cochazo blindado de lujo y cortes en la avenida (que sólo es una aunque tenga siete nombres), hay policías nacionales por todo Cádiz, lo que significa que en algún otro lugar de España los cacos estarán haciendo su agosto en febrero.
Pasan las lecheras a toda leche, rastrean las alcantarillas, prohíben aparcar y te miran como si fueras relaciones públicas de Al Qaeda. En la plazoleta del Hotel Playa (que es como llamamos en petit comité a la Glorieta Ingeniero La Cierva), delante del hotel, dos vehículos azules, siete u ocho policías con chaleco antibalas. En cada entrada del aparcamiento, un hombre. En la esquina del McDonald´s, junto al buzón de correos, otro: comprueba de vez en cuando si alguien ha echado algo que no tenga el sello reglamentario. En la parada del autobús, una mujer policía controla a los que bajan. Otro agente se queda mirando la barra de pan que lleva mi mujer, no sé si porque le parece sospechoso o porque tiene hambre.
Y ya, para remate, entre tanto policía azul, un basurero empoujando el carrito, con el chaleco reflectante y, cáspita, un pinganillo en la oreja. No sé si está el hombre escuchando la Cope o si es un policía camuflado, si la realidad imita al cine o si es la pura casualidad de estar allí en una esquina donde parece que están rodando otra película de buenos y malos.
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