Butch Cassidy y Sundance Kid se convierten en Sherlock Holmes y el doctor Watson para enfrentarse al Conde Drácula disfrazado de Lord Voldemor. Una reinvención de los personajes que es a la vez respetuosa y subversiva, donde Robert Downey Jr. rescata buena parte de los tics que incluyó en su Tony Stark para recrear al detective en su estado más literariamente naturalista, potenciando la fisicidad y el hastío que tanto lo caracterizan (¿era entonces Holmes hiperactivo y ni Conan Doyle lo sabía?) para un argumento mal contado, mal explicado, enormemente mal rodado y tan sin pies ni cabeza como se puede imaginar de una historia con tres guionistas y dos argumentistas a bordo.
El mejor es, con diferencia, guiños holmesianos aparte, Jude Law haciendo de un doctor John Watson impagable, enormemente fiel al original, con la cojera que hemos aprendido a apreciar en el personaje, pero ahora atractivo y enamoradizo, cosa que en nada contradice al Watson literario, sino todo lo contrario. Se agradece que no sea el típico tonto al uso que va a remolque de las deducciones de Holmes, y su relación entre amistosa y pachangera con el detective es lo más saludable del film, rescatando buena parte de la relación que une a House con Wilson. Tampoco se puede despreciar a Irene Adler (pronunciado "Airín" en el doblaje), que aunque parezca un poco la Viuda Negra de los cómics presenta eso que los lectores siempre hemos querido ver: un nuevo encuentro entre Holmes y su amor imposible.
El problema es el caso. El problema es que la fisicidad de las escenas está mal contada, las peleas mal resueltas: como en tantas películas del cine reciente, no se ve un carajo. Guy Ritchie abusa del flashback tonto, de la cámara lenta que ya creíamos superada, y cada vez que cuela, algo con calzador, los momentos de acción la película se le viene abajo y el ritmo se lastra. El casting, bastante cuidado en algunos aspectos, naufraga estrepitosamente con ese ministro de exteriores tan juvenil y se pasa un pelín con lo tétrico de Lord Blackwood.
El argumento, en el fondo, no engaña a nadie: todos sabemos que no existe lo sobrenatural, aunque tanto nos guste ver a Holmes metido en esos fregaos. Lo malo es que las explicaciones apresuradas y las razones químicas y electromagnéticas son propias del Cheminova, una sacada de la manga que no se puede creer a estas alturas. El plan diabólico es una chorrada como la copa de un pino, el típico deseo de ser califa en lugar del califa y reconquistar las colonias, que si no los yanquis se enfadan, y me sigue extrañando cómo al final, que se ve venir a la legua, son capaces de aparecer de pronto en Tower Bridge tras recorrer los sótanos del Parlamento... que debe estar a unos tres kilómetros de distancia.
La sombra de La Liga de los Caballeros Extraordinarios y Alan Moore es larga. Lord Blackwood, espiritismos aparte, no deja de ser una recreación de V, o más bien del golpista inglés por excelencia, Guy Fawkes. El pentáculo donde Holmes descubre el lugar del clímax final remite clarísimamente al famoso paseo en carruaje por los iconos masones del Londres victoriano.
La película es entretenida, pero ni de lejos una obra maestra. Es bueno airear los iconos y darles un aspecto remozado, pero se agradecería un poquito más de claridad expositiva. La segunda película, tan descaradamente anunciada, podría y debería remediar las carencias que tiene ésta.
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