Un vampiro, un hombre-lobo y una fantasma que comparten apartamento podría haber sido el tema de una sitcom al uso. Sin embargo, aunque no desdeña elementos humorísticos, nos encontramos con una serie de fantasía y terror oscuro donde lo importante es, como su propio título indica, la cualidad de ser humano, de no renunciar a ser humano, o de intentar vivir como si lo fueran.
Seis episodios (más un piloto donde dos de los actores son distintos) le sirven a esta serie inglesa para ahondar en la temática de moda, pero siendo respetuoso con los cánones: Mitchell, el vampiro, sí, es guapo (y friolero, a tenor de los guantes que siempre usa indoors), pero no pierde la masculinidad y es capaz de mostrarse como un personaje fuertemente sexual y salvaje en ocasiones; George, el hombre-lobo (interpretado por Rusell Tovey, Alonso en Doctor Who y candidato derrotado a encarnar al undécimo Doctor) pone el detalle tímido, la inseguridad, la normalidad de quien era normal antes de haber sido maldecido por un licántropo que, lo conoceremos luego, nos caerá a la vez simpático y repulsivo; Annie, la fantasma, es la más débil, un poco como Susan Storm en los Cuatro Fantásticos, por lo que no extraña que todavía se esté intentando buscar un modo de sacarla de la casa encantada, de hacerla visible para quien no es sobrenatural como sus compañeros de renta, y de dotarla de poderes.
Un Bristol frío y húmedo de hospitales que dan miedo y de calles casi siempre desiertas se nos ofrece como centro de la vida de varios vampiros capitaneados por un intrigante sargento de policía que pretende dominar a la humanidad reclutando entre la humanidad nada menos que a aquellas personas que puedan ofrecerle algo a cambio. La aristocracia del vampiro se presenta aquí como la elite de quienes pueden dominar a los demás por medio de sus capacidades, una utopía que da miedo como tantas otras utopías.
Siendo Mitchell el mejor personaje de los tres, un vampiro antiguo en un mundo moderno que ha pasado por modas y reprime como puede el instinto, aunque no siempre, el canon vampírico se respeta en gran medida: sin llegar a los extremos de otros vampiros con rimmel de la actualidad, estos vampiros sí soportan la luz del sol, que les molesta, pero sucumben a estacas y símbolos religiosos. El hombre-lobo sólo se transforma una sola noche al mes, y se explica muy gráficamente que el paso de humano a licántropo es como si sufriera un infarto masivo y se fueran colapsando los demás órganos. La fantasma intenta en todo momento recuperar una normalidad que le está vedada, primero preparando compulsivamente cientos de tazas de café, y luego tratando de hacerse corpórea y acosar a su asesino (a quien, por cierto, no parece afectarle para nada verla allí delante, al menos al principio).
La serie no olvida la mezcla con los referentes pop del momento, e incluso un tema social, la pedofilia, ocupa todo un capítulo de la primera temporada. Hay momentos emotivos y momentos eróticos, sexo y sangre (sobre todo en el primer capítulo de la segunda temporada, emitido ya el domingo pasado), y una muy buena caracterización de personajes.
Parece que los americanos van a hacer su propio remake, ay, Dios. La segunda temporada, ya les digo, ya está en marcha, y parece que va a ser un mucho más heavy que la primera: ocho episodios anunciados, comprada ya una tercera temporada, hay unos misteriosos cazadores de rarezas que me temo sean componentes de alguna secta de tipo religioso.
Una vez más, es envidiable cómo la televisión británica es capaz de hacer series de corte fantástico con rigor, con pasión, con inteligencia, y sin avergonzarse de ello.
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