Con el pesar de que este capítulo doble marca la despedida de David Tennant, quizás hemos pasado por alto que también es el adiós de Russel T. Davies, el hombre que hace ya cinco años resucitó al Doctor Who del ostracismo y ha conseguido hacer de la serie un éxito en todo el mundo.
The End of Time es, entonces, no sólo el canto de cisne del gran Tennant, sino también el momento en que RST vuelve a guardar los juguetes en la caja. Y lo hace dejándolo todo como estaba antes de su llegada, sabiendo que es difícil que los muchos y divertidos secundarios (sobre todo humanos) que ha incluido de su cosecha en la larga y jugosa mitología del Doctor vuelvan a aparecer en las pantallas cuando la serie caiga en manos de otros herederos. La trama iniciada la semana anterior se resuelve casi a veinte minutos de terminar el largo episodio, y es el momento para que el Doctor, y RTD, se despidan de todo lo que han ido creando. Hay un claro tono de melancolía en esos minutos finales, con alguna aparición cuanto menos desconcertante, pero todo ello sirve para revalidar que el Señor del Tiempo, nuestro Señor del Tiempo, es antes que nada un profundo enamorado de la vida. De ahí, claro, sus palabras finales, y de ahí ese tono de dolorido despegue que muestra en toda la historia.
RTD es inteligente, de eso no cabe ninguna duda. Ante la imposibilidad de matar al Doctor como elemento de sorpresa, tiene que jugar con lo predestinado: los espectadores sabemos que un Doctor sustituye a otro Doctor, por lo que la muerte y el dolor de la muerte casi parecerían sobrantes. Sin embargo, se refuerza muy claramente el dolor de la despedida, el compartir recuerdos de experiencias que no se van a volver a experimentar: el nuevo Doctor será, como ya dijo el propio Tennant, un tipo de hombre nuevo, y aunque la mitología de daleks y cibermen y ángeles sollozantes seguirá ahí, lo veremos todo desde un nerviosismo y una excentricidad nuevas. Davies, por otra parte, se las arregla para explicar por qué los Señores del Tiempo han desaparecido de la continuidad, explicando de nuevo sin mostrarlas las terribles consecuencias de esa guerra que se nos ha escamoteado. No evita, tampoco, jugar en los minutos finales con su propia llegada a bordo de la serie, y casi riza el rizo de un encuentro imposible entre Tennant y Ecclestone y hasta se nos incita a creer, durante un segundo, en que el Doctor se reencarnará en su actor anterior.
David Tennant está llamado a ser un grande de la televisión de los próximos años. Doctor Who, sin duda en buenas manos, seguirá siendo esa serie absurda y divertida, emocionante y sin sentido del ridículo, que no debe nada a nadie y que se perpetúa porque tiene la clave mágica para viajar de un lado a otro del mundo de la aventura.
Se acabó el Allons-y. Empieza la era Gerónimo.
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