El superhombre ha dejado de ser privativo de los cómics, y quizá no sería aventurado decir que ha encontrado su medio ideal: no el cine, sino la tele. Mientras que las majors editoriales se empeñan en revampirizar una y otra vez los mismos conceptos, y en ofrecer versiones y recontraversiones de unos personajes a los que no dejan evolucionar de manera lógica porque la gallina de los huevos de oro sigue dando huevos aunque sólo sea ya en merchandising, la traslación del concepto a la imagen en movimiento trae, lo hemos visto, un soplo de aire fresco, en tanto cuenta como si fuera la primera vez (es el caso de Héroes) historias que el gran público ve por primera vez. El carácter episódico de la televisión aventaja al cine en el desarrollo de los personajes y en las situaciones. Los efectos especiales, más allá de las piruetas que han vencido ya a la plasmación entre viñetas, son ahora, presupuesto aparte, el acicate para que los técnicos y sobre todo los guionistas se devanen los sesos para mostrar lo sorpresivo de los superpoderes en un mundo, la imagen fotografiada, donde a pesar del truco lo que prima son las leyes físicas de nuestro mundo. Y, naturalmente, no olvidemos que en los tebeos de superhombres prácticamente no existe el sexo.
Todo eso ofrece Misfits, la miniserie de seis episodios, británica ella, que ha querido verse como la réplica a Héroes. Los ingleses, como siempre, son capaces de ir un par de pasos más allá, y hacen a la vez retrato y crítica social, aventura y humor, denuncia y parodia. Cinco adolescentes marginados, enfundados en espantosos monos de color naranja, pequeños delincuentes con pasados lumpen, son alcanzados por un rayo y adquieren superpoderes. La premisa es tan simple y tan absurda como las que nos hemos tragado desde hace siete décadas en los cómics. Y sin embargo aquí se cuenta con gracia, sin sonrojo, sin recurrir a los supervillanos ni a las grandes conspiraciones: los cinco misfits no salvan el mundo, bastante tienen con salvar su propio pellejo, con no pelearse entre ellos mismos, con aprender a dominar sus poderes... y con ocultar un par de asesinatos que han ido dejando por el camino.
La visión del mundo adolescente contemporáneo es tan turbadora que el espectador no puede por menos que pensar que debe ser, en buena medida, cierta. Aquí hay alcohol, y drogas, y un lenguaje oral y gestual que sería capaz de sonrojar al menos pintado. El sexo es algo natural tirando a sucio, con su pelín de perversión. Casi podríamos decir que nos están mostrando una visión naturalista del superhombre: qué haríamos usted y yo si de pronto pudiéramos leer mentes, o volvernos invisibles (e inaudibles), o darle la vuelta al tiempo, o, sobre todo, si con nuestro contacto se despertara la lujuria de quien tenemos al lado y le dejáramos hacer realidad todas sus fantasías, aunque luego no las recuerde.
La serie es procaz, humorística en ocasiones, pero también sabe ser terriblemente humana y doliente: el encuentro del charlatán Nathan con la chica rubia en el asilo de ancianos y sus consecuencias; la enorme soledad del siempre marginado Simon seducido por la oficial de vigilancia; cómo Curtis sabe en todo momento que ha tirado por la borda la única oportunidad de su vida; la castidad forzosa a la que se ve sometida la explosiva Alisha.
Con solo seis capítulos, y a la espera de una nueva temporada, Misfits logra poner patas arriba el mundo de lo superheroico presentando a cinco personajes que no llegan a serlo, y a un montón de otros afectados por el misterioso rayo que aprovechan sus poderes para cosas tan ridículas como dejar calva a la gente que odia u olisquear cubos de basura convertidos en perros desnudos. Lo mejor, para el capítulo final, con la presentación de lo políticamente correcto, de lo limpio, de lo educado, en un ambiente que ya hemos visto es pura decadencia contemporánea.
Los Nuevos Mutantes, como debieron ser y nunca serán, como jamás veremos en un cómic. Masturbación mutua, voyeurismo, la presentación de unos valores que arrancan, aunque lo neguemos, de los mismos valores que la sociedad de los adultos ha construido. No deja de ser una humorística casualidad que la mosca de la emisora, allí en el rinconcito superior izquierdo de la pantalla, sea un número 4 tan familiar como pasado ya de época.
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